De cómo nos vemos cuando nos vamos y también cuando volvemos. Los que se quedaron dicen que somos los mismos pero no, estamos cambiados... Y ellos también. Reflexiones de una chica que volvió a su terruño pero que, sin embargo, sigue en tránsito perpetuo. En este espacio todo vale, menos quedarse quieto…

miércoles, 17 de marzo de 2010

Viaje sin retorno


Hace cuatro años y 33 días me desperté a la mañana temprano, armé un bolso y me fui de viaje. Cerquita pero sin retorno. Iba a la clínica porque había algo adentro mío que ya no entraba, que quería salir. Era una persona, la misma que ahora me ve sentada en la computadora y, mientras dibuja, me pregunta sin mirarme:
“¿No que la sangre está abajo de los músculos?”
Le digo que sí y ella vuelve al ruedo: “Nosotros somos esqueletos por los huesos que tenemos en el cuerpo”, afirma y ahora se me acerca. No le importa si escribo en la compu, cocino o estoy en plena operación a corazón abierto: para ella estoy “siempre lista”. Entonces me habla como si yo fuera sorda, a dos centímetros de mi oreja y en pose de maestra ciruela: “Tenemos huesos en la cabeza, acá en lo duro”, dice y se toca el frontal.
La veo y me emociono. Y como desde que nació me prometí abrazarla y besarla siempre que me viniera el impulso, dejo de teclear, la agarro aúpa y la arrullo contra mi pecho, llenándola de besos. Todavía se deja. Tengo que aprovechar estos instantes a full.
Julia es una planta que no para de crecer y se convierte de a poco en un jardín infinito. Un chico de cuatro años sabe más cosas de las que imaginamos y, a través de sus ojos, aprendemos a ver el mundo de nuevo. Es una segunda chance que tenemos, imperdible…
Un chico de cuatro años vive en el descubrimiento constante y lo maravilloso es que ya lo puede verbalizar. Pregunta, repregunta y muchas veces sabe la respuesta y se contesta solito.
Un chico de cuatro años quiere saber de dónde viene y como funciona su cuerpo; empieza a conocer las letras y ya puede contar sin equivocarse hasta diez y algo más.
Un chico de cuatro años dibuja una persona completa y le hace expresión: puede hacer gente feliz, enojada o triste.
Un chico de cuatro años pregunta qué comen las serpientes y si le contestamos: “sandwichitos para víboras”, dirá: “No, en serio, ¿qué comen?” Entonces se le explica que comen ratones. Y el niño no siempre se pregunta si vivos o muertos, más bien le interesa saber cómo se los dan en la boca a las serpientes sin que te “coman” la mano.
Un chico de cuatro años entiende el concepto de muerte y no se asusta ni se persigna.
Un chico de cuatro años sabe de viajes, de distancias y direcciones. También entiende qué es el dinero, para qué sirve y cuando quiere algo entiende porqué no se puede comprar… O se resigna hasta encontrar una nueva oportunidad para pedir lo que quiere.
Un chico de cuatro años quiere verse de tal o cual manera, elije qué ponerse para qué y porqué. Puede jugar solo, compartir con sus pares, armar historias de juegos, ser la mamá, Ben 10, un superhéroe o una tía. También una princesa o un bombero.
Un chico de cuatro años sabe qué le duele o intenta explicarlo. Si se siente mal lo demuestra mucho más ahora que cuando era pequeño. Ya no intenta jugar aunque esté enfermo. Ahora prefiere descansar o dormir.
Un chico de cuatro años ya siente vergüenza, exige respeto, grita si se le grita y pega si se le pega. Puede tener gestos de amor hasta el infinito (… y más allá…), pero también puede demostrar menosprecio o desdén, aunque no sepa aún qué significa cada cosa. Es auténtico, todavía lo es.
¿Cuándo, dónde y porqué al disco duro le entran virus? ¿Quién o quiénes lo permiten? ¿En qué momento nos entran los programas "truchos-piratas" y la máquina se empieza a atrofiar? Si todo viene tan bien hasta ahora…
Este viaje no tiene retorno. Aprendo con ella ALL THE TIME. Algunas veces extraño tirarme en la cama con Ale para ver maratón de películas, leer cuando se me antoja, quedarme autista media hora escuchando una canción sin que nadie me interrumpa; andar por la calle, ver un cafecito y entrar porque “se ve interesante”, sin que me corra la hora para llegar al jardín.
Antes los mocos, la diarrea o la fiebre no me hacían mella y ahora tengo siempre ibuprofeno en la heladera y un termómetro que cuido como una joya valiosa. Ahora “la caca floja” me puede quitar el sueño.
Pero vale la pena, siempre. Este viaje es el mejor que hice en mi vida y le falta mucho camino por recorrer, todo flamante, sin pisadas previas. Y ahora me disculpan, pero tengo unas ganas sin frenos de besuquear a Coquito. Y una promesa es una promesa.

6 comentarios:

  1. hermoso...coquito es sin duda el mejor destino...y tiene un corazón lleno de amor.. :)

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  2. Unamuno, en Niebla, dice que la paternidad es un segundo nacimiento. Pero entonces su protagonista era un varón (o es machista?.
    La maternidad también es un segundo nacimiento, y creoque el encandilamiento es para toda la vida

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  3. El mejor destino, como dice Carla... Encandilado para todo la vida, al decir de José..

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  4. Esa imagen que pega fuerte... la tengo grabada en el cuore.

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  5. ce, se me erizó la piel al leerlo, estás redescubriendo el mundo, qué lindo!! besos a la princesa

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  6. el cutis de ave ne dejaste.. que hermosos que son los chicos.. cuanto nos enseñan!!
    quiero tanto a ese coquito!!

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