De cómo nos vemos cuando nos vamos y también cuando volvemos. Los que se quedaron dicen que somos los mismos pero no, estamos cambiados... Y ellos también. Reflexiones de una chica que volvió a su terruño pero que, sin embargo, sigue en tránsito perpetuo. En este espacio todo vale, menos quedarse quieto…

jueves, 30 de septiembre de 2010

Carta a un pequeño gran cronopio

Martín:

Hace seis meses y medio que convivimos. Vos adentro mío.

De acuerdo a tu tiempo de gestación, ya medís como 30 centímetros y pesás alrededor de 700 gramos. Es un montón.

También podés escucharnos y te movés como loco. Cada vez que te siento, algo tremendamente fuerte se construye entre vos y yo. Para siempre.

Ya no somos papás primerizos (¡gracias a Dios eso ocurre una sola vez en la vida!) y para vos resultará mucho mejor. Si te preguntás porqué, te cuento que se debe a que Julia, tu hermana, nos soportó antes y ya limamos varias asperezas con la experiencia adquirida, que no es mucha, pero cuenta. Ya no nos vamos a desesperar tanto si no dormís; sabemos que si un día hacés caca y otro no, no será el fin del mundo; y si te duele algo no estallarán Hiroshima y Nagasaky juntas.

También estamos más relajados con el entorno y todos los “dimes y diretes” que trae bajo el ala la maternidad. Te aclaro de entrada que vas a salir por la panza y no por la vagina, a pesar de que eso en Argentina no sea muy bien visto y que las defensoras ortodoxas del parto natural me miren mal; que vas a tomar mucha teta como tu hermana (respecto a esto sí tengo la venia de mis paisanas, “mujeres-vacas” orgullosas de sus ubres para alimentar a sus cachorros); y que dilataremos lo más posible tu entrada a una guardería, por lo menos hasta que aprendas a pararte por tus propios medios.

Sobre la realidad del mundo al que venís, no puedo darte una mirada demasiado edulcorada porque iría en contra de mis principios. Sin embargo, aunque no estamos sobre un lecho de rosas, tu papá y yo creemos que tenerte a vos y a tu hermana vale la pena una y mil veces -y más- que todo lo demás. Eso es maravilloso y haremos todo lo que esté a nuestro alcance para que también vos y tu “big sister” lo disfruten.

Nacés con una gran ventaja: tenés dos tierras. Por un lado México, donde nacieron papi y Julia; y Argentina, donde nací yo y ahora te toca a vos. Ninguno de los dos países es Primer Mundo –se hace lo que se puede, baby…- y ambos tienen serios problemas de toda índole. Sin embargo y a pesar de ser lugares contradictorios, no dejan de ser maravillosos ¿Por qué? Porque son nuestros, porque pertenecemos y porque siempre podemos hacer algo –por pequeño que sea- para cambiarlos. Nunca lo dudes, aunque te cueste creerlo.

Antes que nada no prefieras ningún lugar sobre el otro, querelos a los dos por igual porque tenés un pedazo de cada uno en tu corazón. Aprendé sus historias, su actualidad, su proyección; recorré sus calles, sus mares, sus montañas; probá todos sus sabores; tratá con su gente –conocelos y entendelos antes de juzgarlos- y si vas a elegir uno de los dos países para vivir, visitá el otro con frecuencia.

Hace unos días le pregunté a papi, según su punto de vista, qué es para él lo mejor de ser mexicano. Como la distancia hace estragos en su nostalgia idealizadora (y además, como es natural, se ha vuelto sumamente crítico del lugar donde vive ahora), no duda en responderme.

Papi dijo algo así: “El tiempo es lo mejor que tenemos los mexicanos. Así como todo se va, todo regresa. Es cíclico, de todo se vuelve, hasta de la muerte”.

Si me preguntás a mi qué es lo mejor de ser argentino, creo que no lo sé. Mirá que lo pensé y re pensé. Papi cree que lo mejor que tenemos es la forma de comunicarnos: abierta, frontal, sin tamices ni medias tintas que, por un lado, apabulla y puede resultar tan chocante, pero por otro nos muestra tal cual somos, sin vueltas ni caretas. Coincido con él pero siento que no basta, que tiene que haber algo más, algo que nos marque como yerra.

Entonces pienso en momentos que me hacen feliz de ser argentina. Cuando el Hospital de Niños Garraghan salva otra vida chiquita con la mejor tecnología y calidad humana y profesional del mundo, cuando un nene o su papá prefiere guardarse un papel en el bolsillo o en la mochi, en lugar de tirarlo en la calle; cuando se juega un clásico espectacular, con excelente fútbol, alegría de barrio y saldo blanco; cuando amanece un veintipico de julio, con muchísimo frío pero con un sol gigante, para salir corriendo a la calle; cuando egresan nuevos profesionales de la UBA, con un título y laburo bajo el brazo; cuando Capussotto nos enseña a reírnos de nosotros mismos; cuando leen Borges y Cortázar en las escuelas… Y los chicos se enganchan y piden más para leer; cuando se entona el Himno y se nos erizan los pelitos; cuando devuelven guita que encuentran en la calle; cuando las escuelitas de campo o de la Puna reciben lo que realmente les corresponde del Gobierno y los pibes terminan la primaria para continuar estudiando; cuando la justicia actúa como su nombre lo indica; cuando las leyes son parejas para todos, sin importar género, edad, ni condición social; cuando suena el bandoneón de Pichuco o de Piazzolla, tan distintos y tan argentos los dos, y canta el Polaco o Julio Sosa; cuando esperás a un amigo con mate, o él te espera a vos con unos choris a la parrilla y un vaso de tinto; cuando celebramos, en fin, estar juntos, como sólo a nosotros nos sale: atropellado, de abrazo y beso… Eso y un montón de cosas más…Pero ya te las contaré en vivo y en directo…

¿Sabés? Escuché por ahí que ser feliz es no tener miedo. Te deseo toda la felicidad del mundo, pequeño gran cronopio amado…
Hasta la vista, Baby…


(La ilustración es de Julia Cervera).

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Bayote beatificado

Toma I
Las primeras luces del día se filtran por una persiana. La mano de un hombre de alrededor de 50 años sale de entre las sábanas, toma una Blackberry de arriba de la mesa de luz. Close up a la pantalla: “Traigan al mexicano”, escribe en el mensaje de texto.

Toma II
En otra habitación, más pequeña, un celular suena. Otro hombre, más joven, se incorpora en la cama, agarra el teléfono móvil y lee el mensaje. Close up a “Traigan al mexicano”. Se muestra preocupado, se pasa la mano por el pelo, mira su reloj.
Entonces suena desde el principio el tema de Alabama 3:
“You woke up this morning
Got yourself a gun,
Your mama always said you'd be
The Chosen One”

El hombre sale de la cama, se viste rápidamente y abandona la habitación dando un portazo. Fin del tema musical.

Toma III
En otra habitación, tapado íntegramente con una frazadita azul, duerme otro hombre (el tercero), de aproximadamente 40 años. Close up al pedazo de nariz y boca que se dejan ver entre la frazada. Respira. Suena su celular. Una, dos, tres, cinco veces. Pasan unos segundos. Vuelve a sonar una, dos, tres…
La mano temblorosa del tercer hombre sale con miedo de abajo de la frazada azul y tantea el piso donde está el celular. Lo levanta, presiona la tecla verde y pregunta, sin abrir los ojos:
-“¿Bueno?”
Se escucha la voz en off del interlocutor:
-Hola Ale, soy Edu. Conseguí entradas para hoy, en la Bombonera ¿Venís?Close up a la sonrisa del hombre de la frazada azul quien, se incorpora en la cama y de un salto se pone de pie.
-¡A huevo, coño!- grita el tercer hombre en muestra de consentimiento. Está en pijamas y con un ataque de euforia.
Suena el estribillo de Alabama 3:
“Woke up this morning
Got a blue moon in your eyes”


No, no se equivoquen. Esto no es una película, ni un caso de la “Cosa Nostra” porteña. Tampoco hace referencia al tráfico de efedrina, ni mucho menos evoca un narcocorrido. Esto es simple y llanamente la vida real.
El hombre que envió el mensaje de texto es un dirigente del club de fútbol San Lorenzo de Almagro (CASLA). El que lo recibió es un periodista e hincha fervoroso azulgrana, y el que fue invitado a la cancha el sábado 5 pasado para ver el clásico San Lorenzo-Boca es ni más ni menos que Alejo Bayote. Sí, el yucateco que desde hace cuatro años deja pulular su alma por Buenos Aires, Argentina.
¿Y por qué tanto misterio? Es que la invitación a la cancha que el periodista le hizo a Bayote tuvo dobles intenciones. Por un lado, le permitiría al yucateco vivir por segunda vez un clásico cuervo, su club de fútbol del corazón desde hace meses (la anterior fue un triunfal San Lorenzo-Huracán. Para más detalles leer Hermanos cuervos)
Pero por otro lado, con el mensaje:“Traigan al mexicano”, el dirigente del club azulgrana (no será nombrado bajo su expreso pedido) solicitó la presencia del extranjero para que cambiara un poco la suerte del equipo, que venía para abajo en el Torneo Apertura 2010 y ya no sabían qué hacer para que el triunfo tocara la puerta.
El hincha argentino puede elucubrar las más diversas artimañas para ver ganar a su equipo. Como decía Maquiavelo: “El fin justifica los medios”, y si del mexicano dependía que los cuervos tuvieran alegría en el corazón, la obtendrían “a como diera lugar”.
-Mirá, si cuando el mexicano fue le ganamos al Globo, sería conveniente que lo llevaras de nuevo ahora. Esto es un clásico y, además, en la bombonera- Le había “cuasi” ordenado el dirigente al hincha periodista, una semana antes, en una charla de café.
Y aunque el reportero aprecia mucho a Bayote, el club de su alma va primero. Así qué, en menos que canta un gallo, consiguió entradas para la "popu" más alta desde donde, según contó luego Bayote, casi podía tocar el cielo, contenido por un paravalancha y miles de almas que festejaron con él el 2-1 que le hicieron a los bosteros.
Y así el mito del yucateco tomó fuerza. Esa tarde, cuando salieron de la cancha, más de un hincha se le acercó y lo saludó con gratitud. Otros lo miraban con respeto profundo, algunos le tocaron las manos y unos pocos -más desinhibidos- se le tiraron a los brazos para que Bayote los envolviera con su aura de santidad y buenos deseos. En su ingenuidad, el yucateco no entendía nada.
Cuando regresaban en auto, el celular del periodista volvió el sonar. “Te dije, el mexicano trae suerte”, le había escrito el dirigente. Otros mensajes llegaron con misivas similares. Y Bayote al margen de todo, feliz en su beatitud, saboreaba todavía un choripan que se había comprado a la salida de la Bombonera. El periodista lo miró por el espejo retrovisor y suspiró, enternecido. Sentado allí, con el chori en una mano, la Coca Cola en la otra y las mejillas arreboladas, Bayote tenía cara de Santo Niño de Atocha.
Para el encuentro siguiente contra Vélez Sárfield, el sábado 11 pasado, el partido quedó 0-0. Alejo, claro, estuvo ausente. Y aunque él no lo sepa, los azulgranas ya traman nuevas formas de obtener la presencia del yucateco entre las gradas azules y coloradas.
Eso sí, a cualquier precio.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Ocupas del infierno

Me considero un tipo solitario, que disfruta de sus ritos.
Estoy de acá para allá todo el día, haciendo gustoso mi trabajo. Cuando llego a casa (“Home sweet home”), me encanta quitarme los zapatos, desnudarme, servirme un whisky y tirarme en mi mullido sillón de cuero púrpura. Me gusta cómo se siente el roce de mi piel con la del sofá, es realmente placentero. Entonces finjo brindar con alguien –preferentemente estoy solo, nunca mal acompañado- y de un trago me bebo el vaso. Y pienso “Esto es vida”. Después me hundo en la nada por un largo rato.
A oscuras y con el fuego encendido, claro, es como más disfruto de estos momentos. Sin embargo, desde hace semanas, la soledad me esquiva. Y para un tipo de ritos como yo, esto es francamente insostenible.
Pero no me puedo quejar. Aunque ellos hayan tomado sin querer mi lugar, piensan que están solos. Es por eso que la situación me divierte un poco porque puedo merodearlos sin que ellos se enteren.
Los observo siempre de lejos y veo en sus ojos un cansancio y una resignación de siglos. Entonces me pregunto ¿Habrá vidas destinadas al fracaso?
Puedo escucharlos respirar. Logran entradas cortitas de aire y casi nunca suspiran. Es como si jadearan desordenadamente bajo el mar de piedras que los circunda.
Se mueven poco y se acurrucan como animales con miedo. Muchos lloran en silencio, otros se desesperan y gritan, pero lo único que logran es agitarse más, entonces se dejan adormecer por el calor de estas profundidades que hace que uno entre en trance.
Dicen que no hay enfermos, pero no es verdad. Yo los veo a diario. Hay uno que se queja constantemente de un insoportable dolor de muelas y otro padece una patología tensional. Los dos están medicados y son casos conocidos arriba. Pero eso no es todo, también hay enfermedades gastrointestinales, respiratorias, en la piel y de la cabeza. Estas últimas son las peores.
Los que se quejan todo el tiempo son los más ciclotímicos. Ahora están bien y al rato no. Sin embargo no parecen peligrosos. Pero hay unos cuantos que andan solos, arrumbados contra las piedras, que no le dirigen la palabra a nadie y tienen una mirada que, si yo pudiera sentir miedo, realmente me asustaría. Creo que son los peores. Cargan odio, rencor, silencios estancados en el alma durante años, prejuicios, rabia, envidia… Y se callan. Siempre. Hasta que un día no puedan más...
Todo los días, sin que me vean, los merodeo. Desde arriba, los costados, abajo. Soy el “Gran Hermano”, el ojo que todo lo ve desde su panóptico invisible y ellos ni enterados. Los escucho discutir, los veo pelear, dormir, llorar, comer, mear y cagar. También los veo mentir, ocultar, maldecir y guardar rencor. De la vitalidad insólita no queda nada, sólo una confianza que hoy en día está de rodillas y una angustia caliente, oscura y ciega.
Por ahora me entretengo. No sé qué pasará cuando me harte de esta situación. No olviden que soy un tipo solitario, que disfruta de sus ritos en soledad. Probablemente me encargue de ellos de una buena vez para evitarles más sufrimiento. El de ellos, claro, no el mío. Después de todo ¿Quién los mandó a quedarse varados a 700 metros bajo tierra, justo aquí, donde vivo, en la boca del estómago del infierno?