De cómo nos vemos cuando nos vamos y también cuando volvemos. Los que se quedaron dicen que somos los mismos pero no, estamos cambiados... Y ellos también. Reflexiones de una chica que volvió a su terruño pero que, sin embargo, sigue en tránsito perpetuo. En este espacio todo vale, menos quedarse quieto…

lunes, 4 de enero de 2010

Pasajera en trance

Viajo siempre. Desde niña.
Soy mujer y sigo en viaje. Viajo dormida, en subte o avión, en el tiempo, con jeans y sandalias, de colorado y sin rimel.
Algunas veces llevo equipaje, la mayoría no. Vivo en un tránsito constante y algunas veces me desespera la idea de llegar –finalmente- a un lugar. Pero no, el viaje sigue. Otras veces pienso que aún no encontré mi lugar físico "perfecto" (donde plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro y morirme). Por eso mi corazón se topó con un amor foráneo, con él tuve una hija mexicana, plantamos los tres frijolitos en el balcón de un departamento en Buenos Aires, y siempre sueño con escribir un libro vaya a saber dónde… En cuanto a la Parca, me encontrará donde ella quiera…
Escucho música, leo y veo cine que me transporta, traigo recuerdos que atravesaron años y alucino situaciones que cuentan nuevos viajes.
Como viajera, disfruté de muchos lugares de paseo, luego me fui a vivir seis años a Yucatán, México y regresé hace tres a Buenos Aires. Todo fue vertiginoso hasta ahora que, a pesar de seguir en tránsito, siento la necesidad de sentarme en la tribuna y ver el partido desde ahí. El lugar que dejé y la gente –inevitablemente- no son los mismos que encontré a mi regreso. Ni yo tampoco.
“¿Travesía de la nada, pasos de nadie? Las bocas del tiempo
cuentan el viaje”, me tira al centro Eduardo Galeano. Y yo le pongo el pechito.