De cómo nos vemos cuando nos vamos y también cuando volvemos. Los que se quedaron dicen que somos los mismos pero no, estamos cambiados... Y ellos también. Reflexiones de una chica que volvió a su terruño pero que, sin embargo, sigue en tránsito perpetuo. En este espacio todo vale, menos quedarse quieto…

lunes, 8 de marzo de 2010

Prohibido leer sin audífonos

Scena finale

Volver fue fácil, hasta inconsciente.
Yo había vivido con el sol sobre mis espaldas durante seis años y cuando llegó el frío porteño respiré. Ese año, milagrosamente, nevó en Buenos Aires.
La Capital me fagocitó en cuestión de semanas. Quiera uno o no, Buenos Aires te zambulle en una vorágine imparable y algunas veces es imposible tomar distancia para ver mejor las cosas.
Esa tarde de julio yo salía del subte atolondrada, como zombi. Respiré junto con unas cuantas docenas de pulmones la hostilidad que se genera cuando se abren las puertas del metro y unos quieren salir y otros entrar. Inevitable…
Caminamos todos como autómatas rumbo a las escaleras fijas. Empezamos a subir y de repente… Los violines. Esas descaradas cuerdas jugaban junto a los molinetes.
Una mujer, un hombre y dos instrumentos parían la música que compuso el genial Ennio Morricone para el final de la película Cinema Paradiso. Era el tema de los besos para el Totó grande.
Todo pasó de golpe. La música me hundió más en el bochorno del metro. Primero se me aflojaron las piernas y sentí que las cuerdas de los violines me apretaban la garganta. En ese momento pensé en la gente que juega a asfixiarse para alcanzar una sensación de alucinamiento, casi un orgasmo.
A mi tampoco me llegaba oxígeno al cerebro y entré en trance.
Primero aparecieron escenas de la película, todas juntas, atropelladas. Las veía en Buenos Aires, donde disfruté la película de Giuseppe Tornatore una y otra vez. Mi Totó era porteño.
Después, como por arte de magia, las imágenes desaparecieron y quedó sólo la música.
Y ahora estaba en Mérida, el día que Ale me regaló el soundtrack de la película que escuchamos tantas veces. O esa vez que escuché a su hermano Felipe ejecutar el tema de los besos en violín, tirada en una hamaca en una casa de paredes rosa que no era la mía. Ahora Totó era yuca.
Tornatore y Morricone, estos dos atorrantes tanos, me jalaban de los pelos de acá para allá… Y pensé que morirse de asfixia podría tener su encanto.

6 comentarios:

  1. Felicidades che por ese Oscar a la Argentina, ya quiero ver la pelicula!!!

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  2. Siempre me gustaron los comentarios sobre lo cotidiano de Buenos Aires

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  3. Lo mejor fue eso de ser "tirada en una hamaca", ja ja (sí: quisiste decir echada en)
    Me gusta cómo escribes. Un abrazo. Y no te asfixies mucho.
    La película ¿qué quieres? A la gente que nos puede la música no podemos sino sentir aflojarse las piernas y lo demás..Una gran historia la que nos cuenta. ¿Te acuerdas de la música de El Piano?...Algo similar.
    A mis hijos les encanta Cinema Paradiso. El buen Alfredo...el malo Toto
    Sigue escribiendo. Quedó rebién tu blog.

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  4. Hola Cecilia...a mi me hubiera gustado encontrarte en alguna callecita de Buenos Aires en mi último (definitivo?) viaje a esa tierra. Me gusta leerte activa, me gusta leerte. Gracias a Dios, no he dejado que esa terrible ciudad me fagocitara aunque ahora que estoy aqui, en mi ciudad, en Barcelona, lamento no haberselo permitido. Esta semana ha nevado aqui, era lo único que le faltaba a esta para enamorarme definitivamente. Me gusta imaginar que Buenos Aires esta teniendo un ataque de celos...Suerte con el blog. Sin dudas sere un seguidor. Besos.

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  5. José, Miguel, Miguel, José: GRACIAS por las pilas que me dan!!!! Como decía el oso libidinoso de Les Luthiers: Nos encontramos PROOOOOONTOOOOOOO...

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  6. Miguel: que no tengas dudas que Baires se está MURIENDO de celos... Le faltás y a ella se le nota, puta ciudad...

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