De cómo nos vemos cuando nos vamos y también cuando volvemos. Los que se quedaron dicen que somos los mismos pero no, estamos cambiados... Y ellos también. Reflexiones de una chica que volvió a su terruño pero que, sin embargo, sigue en tránsito perpetuo. En este espacio todo vale, menos quedarse quieto…

domingo, 7 de noviembre de 2010

Hasta el infinito... Y más allá...

Para Agus,
con mi corazón despanzurrado.

Desde hace días, pulula en la red un mail que habla de las diferencias entre un amigo y un amigo argentino. Para los sudacas, acostumbrados a una forma bastante desbocada, excesivamente fraternal y ruidosamente atropellada de sentir a los cuates, el mensaje fue, en rasgos generales, aceptado por la mayoría a los que consulté. Y es que, en algún punto, tuvimos o tenemos un amigo así: parte total de tu vida, como un hermano de corazón, bah… El mail es largo pero resalto algunos puntos:

Un amigo te pregunta ¿Cómo estás?
Un amigo argentino te dice que te ves bien, te abraza y te besa.
Un amigo te pide algo prestado y te lo devuelve a los dos días…
Un amigo argentino te pide algo prestado y a la semana se olvida que no es suyo.
Un amigo te ofrece el sofá para que duermas.
Un amigo argentino te brinda su cama, se acuesta en el suelo... Y no te deja dormir en toooooda la noche conversando contigo.
Un amigo toca a tu puerta para que le abras.
Un amigo argentino abre la puerta, entra y después te dice: ¡Llegué!
Un amigo te pide que le hagas un café.
Un amigo argentino pasa a la cocina y monta la cafetera y hasta le pide azúcar a una vecina si no tienes.

Miren cómo será el asunto que tenemos un día para festejarlo. El “Día del amigo” es el 20 de julio y, aunque todavía no es feriado nacional (nunca se sabe…) es un momento sin duda para “venerar” el sentido de la amistad, algunos más literalmente que otros, claro.
…Y no exagero. Tuve la oportunidad de vivir en México durante seis años y el concepto de amistad es distinto, con más reservas y distancias, sin tanta entrega. En definitiva: Ni bueno ni malo; diferente.
Por cierto Oscar, un amigo español de nacimiento e itinerante de corazón, vivió en Argentina y allí hizo muchos amigos del alma (mi esposo mexicano, entre otros) y coincide en la “pronta y total entrega” de la amistad argentina. Ojo, esto siempre lo sorprendió porque en su país no es así la cosa, aunque cada vez que tiene oportunidad de ver a sus "hermanitos" del Sur, lo disfruta a pleno.
Hace una semana exactamente, un amigo argentino se disponía a salir con otros amigos coterráneos. Iban a comer un asado. Estuvieron por la tarde juntos, toda la noche, hasta la madrugada. Cuando ya había amanecido, el grupo se despidió. Dos de ellos se subieron a una moto y transitaron las calles porteñas, recién amanecidas, con el sol subiendo despacito. Linda hora para andar, para transitar la ciudad que nace de nuevo.
Pero no. En una esquina que pocos querremos transitar de nuevo, los esperó lo más inesperable. Y el amigo Matías –que conducía la moto- no pudo con su vida y el golpe del choque lo mató. Por su parte, el amigo y copiloto Guillermo todavía da pelea desde una cama de hospital.
El mail que leí sobre los amigos argentinos finaliza con que “un amigo argentino es para toda la vida”. Hasta hace unos días yo no coincidía con este final porque uno pierde indefectiblemente gente querible a lo largo de los años (por peleas, distanciamientos o vaya a saber qué), pero con la muerte de Matías –hermano de Agus, una gran amiga mía- la historia se me cambió y me di cuenta que no puedo generalizar.
Porque Maty ya no está, pero un ejército de amigazos lo fue a despedir hace una semana y le recuerdan constantemente y de miles de formas su cariño a la familia que sufre una pérdida tan absurda. Y lo seguirán haciendo, sin dudas.
…Y dicen los que lo conocían como la palma de su mano que Maty se fue… pero no. Anda por acá cerquita, pendiente de la salud de Guille, esperando que se mejore pronto porque esas cosas hacen los verdaderos amigos argentinos: llenos de un cariño porfiado, celoso, un tanto sobreprotector y descomunal, capaz de quererte hasta el infinito… Y más allá.


¡Buen viaje, Maty!

martes, 26 de octubre de 2010

¿Tu esposa sabe?

Se lo dije una y mil veces: “No te metás con esa mina, es mala leche, dejate de joder, si vos estás bien, ¿O no?, ¿Para qué buscar problemas?” Pero no, nada, él ni bola me dio y mirá que somos carne y uña, amigos del alma, hermanos diría yo desde que tenemos uso de razón. No, ni eso sirvió…
Y ahí fue el infeliz a encajetarse con esa mina, una problemática de entrada. Parece que eran compañeros de trabajo. La cosa venía complicada porque la piba era medio depresiva pero no sé qué carajo tenía que el Flaco quedó cautivado. Literalmente. En cuestión de días, el tipo pasó de la calentura inicial a un estado de enamoramiento atroz. No sé cómo pero lo tenía agarrado de las bolas.
Yo me di cuenta al toque. Primero me hablaba de ella como “la minita del laburo”, con la que chateaba, se mandaba mensajitos, se histeriqueaban en los pasillos de la empresa y eso. Después la cosa cambió en una fiesta del trabajo, ahí se la encaró, la mina le dio bola y bueno, apretaron. En ese momento dejó de ser “la minita del laburo” para convertirse en Laura. Con el paso de las semanas la cosa se puso más densa y la empezó a llamar Lau. Ahí me di cuenta que estaba hasta las manos con la piba.
Yo como hombre, como hermano del alma, lo entendía claro, pero no sé, me parecía… que se yo, injusto. Sí, eso, injusto. Porque yo lo adoro al Flaco pero él la tenía a Lorena, la Petisa, su mujer y compañera de toda la vida ¿Qué necesidad había de agarrarse ese metejón?
Con Lore estaban juntos desde la primaria prácticamente. Me acuerdo que en esa época andábamos los tres de acá para allá ¡Y si nos criamos juntos! Yo a la Petisa la quiero mucho, pero mucho. Cuando se pusieron de novios tendríamos, que se yo, 15 años. Siempre supe que lo de ellos iba en serio, que no era una jodita de pibes y, en cierta forma, hace más de 15 años que los perdí como amigos. Porque antes éramos tres, o el Flaco y yo. Pero desde que están juntos, desde que se comprometieron y se casaron, soy yo y ellos dos.
Siempre fue una alegría verlos felices, ni hablar… Cuando se compraron el primer Fiat Uno, cuando pusieron los primeros ladrillos para la casita del fondo, cuando volvieron de luna de miel y cuando nos enteramos de la llegada al mundo de Fran, mi ahijado, una de las personas más importantes en nuestras vidas.
Porque algunos, como el Flaco, nacen con estrella y otros, como yo, nacemos estrellados. Mirá que tuve minas, ¿eh? Pero siempre me quedo solo. Como un perro. Al principio estaba bueno conocer pibas, salir y evitar el compromiso, rajarle al casorio, seguir en la joda… Pero ahora me siento como perdido. Y pensaba en el Flaco y Lore, los veía felices y me agarraba una envidia…
“Dios le da pan al que no tiene dientes”, dice el dicho, ¿O no? Ahí estaba el Flaco, embobado con la infeliz esa que lo tenía da acá para allá como un boludo y Lore que me llamaba y me preguntaba si su marido estaba conmigo, que no volvió todavía, que el nene tenía fiebre y ella estaba preocupada… Y yo que me mordía los codos y le decía “Está conmigo, Petisa, no te hagás problema, ya sale para allá”; Y él que acababa de echarse un polvo, que leyó el mensaje de Lore pero que no podía salir ya, que “Lau está re mal, se siente angustiada, me pidió que me quede un rato más con ella. Dale, haceme el aguante…”.
Y así un día quebré. Fui a cenar a la casa del Flaco y fue la primera vez que lo vi ajeno a su mujer, a su hijo, a su espacio, a mí. Estaba pero no. Yo me di cuenta y la Petisa, que no tiene un pelo de tonta, también. Pero ella no le reclamó nada –nunca- y lo siguió tratando con todo el amor del mundo ¿Y él? El Flaco la empezó a ignorar, nos empezó a ignorar. Y ahí todo se me fue a la mierda.
Fue cuando dije “Esto es injusto”, “No vale” “¿Qué carajo están haciendo?” "El Flaco patea el tablero y Lore se hace la boluda y todo continúa como si nada… No, así no va".
Entonces recurrí a la humillación. Pinté un graffiti en la puerta del laburo de Lore que dice “¿Tu esposa sabe?” A la semana comencé con los llamados anónimos por teléfono. Después dejé algunos mensajes en el parabrisa de su auto y también debajo de la puerta de su casa. Un poco de lejos y otro de cerca también, presencié como la pareja se venía a pique.
Pobre Lore, me la agarré especialmente con ella. Lo que pasa es que siempre fue tan luchona la Petisa, siempre más fuerte que el Flaco, claro…Cuando se enteró de todo primero la vi negadora, después insegura, luego enojada, furiosa y después resignada. La peleó siempre, hasta que perdió la última batalla y el Flaco se fue de la casa a vivir unos días conmigo, antes de alquilar un departamento nuevo con la minita del laburo. Me enteré que serán papás pronto. Lore no lo sabe todavía y me parece injusto que se entere por terceros ¿Quién mejor que yo para darle la noticia?

jueves, 30 de septiembre de 2010

Carta a un pequeño gran cronopio

Martín:

Hace seis meses y medio que convivimos. Vos adentro mío.

De acuerdo a tu tiempo de gestación, ya medís como 30 centímetros y pesás alrededor de 700 gramos. Es un montón.

También podés escucharnos y te movés como loco. Cada vez que te siento, algo tremendamente fuerte se construye entre vos y yo. Para siempre.

Ya no somos papás primerizos (¡gracias a Dios eso ocurre una sola vez en la vida!) y para vos resultará mucho mejor. Si te preguntás porqué, te cuento que se debe a que Julia, tu hermana, nos soportó antes y ya limamos varias asperezas con la experiencia adquirida, que no es mucha, pero cuenta. Ya no nos vamos a desesperar tanto si no dormís; sabemos que si un día hacés caca y otro no, no será el fin del mundo; y si te duele algo no estallarán Hiroshima y Nagasaky juntas.

También estamos más relajados con el entorno y todos los “dimes y diretes” que trae bajo el ala la maternidad. Te aclaro de entrada que vas a salir por la panza y no por la vagina, a pesar de que eso en Argentina no sea muy bien visto y que las defensoras ortodoxas del parto natural me miren mal; que vas a tomar mucha teta como tu hermana (respecto a esto sí tengo la venia de mis paisanas, “mujeres-vacas” orgullosas de sus ubres para alimentar a sus cachorros); y que dilataremos lo más posible tu entrada a una guardería, por lo menos hasta que aprendas a pararte por tus propios medios.

Sobre la realidad del mundo al que venís, no puedo darte una mirada demasiado edulcorada porque iría en contra de mis principios. Sin embargo, aunque no estamos sobre un lecho de rosas, tu papá y yo creemos que tenerte a vos y a tu hermana vale la pena una y mil veces -y más- que todo lo demás. Eso es maravilloso y haremos todo lo que esté a nuestro alcance para que también vos y tu “big sister” lo disfruten.

Nacés con una gran ventaja: tenés dos tierras. Por un lado México, donde nacieron papi y Julia; y Argentina, donde nací yo y ahora te toca a vos. Ninguno de los dos países es Primer Mundo –se hace lo que se puede, baby…- y ambos tienen serios problemas de toda índole. Sin embargo y a pesar de ser lugares contradictorios, no dejan de ser maravillosos ¿Por qué? Porque son nuestros, porque pertenecemos y porque siempre podemos hacer algo –por pequeño que sea- para cambiarlos. Nunca lo dudes, aunque te cueste creerlo.

Antes que nada no prefieras ningún lugar sobre el otro, querelos a los dos por igual porque tenés un pedazo de cada uno en tu corazón. Aprendé sus historias, su actualidad, su proyección; recorré sus calles, sus mares, sus montañas; probá todos sus sabores; tratá con su gente –conocelos y entendelos antes de juzgarlos- y si vas a elegir uno de los dos países para vivir, visitá el otro con frecuencia.

Hace unos días le pregunté a papi, según su punto de vista, qué es para él lo mejor de ser mexicano. Como la distancia hace estragos en su nostalgia idealizadora (y además, como es natural, se ha vuelto sumamente crítico del lugar donde vive ahora), no duda en responderme.

Papi dijo algo así: “El tiempo es lo mejor que tenemos los mexicanos. Así como todo se va, todo regresa. Es cíclico, de todo se vuelve, hasta de la muerte”.

Si me preguntás a mi qué es lo mejor de ser argentino, creo que no lo sé. Mirá que lo pensé y re pensé. Papi cree que lo mejor que tenemos es la forma de comunicarnos: abierta, frontal, sin tamices ni medias tintas que, por un lado, apabulla y puede resultar tan chocante, pero por otro nos muestra tal cual somos, sin vueltas ni caretas. Coincido con él pero siento que no basta, que tiene que haber algo más, algo que nos marque como yerra.

Entonces pienso en momentos que me hacen feliz de ser argentina. Cuando el Hospital de Niños Garraghan salva otra vida chiquita con la mejor tecnología y calidad humana y profesional del mundo, cuando un nene o su papá prefiere guardarse un papel en el bolsillo o en la mochi, en lugar de tirarlo en la calle; cuando se juega un clásico espectacular, con excelente fútbol, alegría de barrio y saldo blanco; cuando amanece un veintipico de julio, con muchísimo frío pero con un sol gigante, para salir corriendo a la calle; cuando egresan nuevos profesionales de la UBA, con un título y laburo bajo el brazo; cuando Capussotto nos enseña a reírnos de nosotros mismos; cuando leen Borges y Cortázar en las escuelas… Y los chicos se enganchan y piden más para leer; cuando se entona el Himno y se nos erizan los pelitos; cuando devuelven guita que encuentran en la calle; cuando las escuelitas de campo o de la Puna reciben lo que realmente les corresponde del Gobierno y los pibes terminan la primaria para continuar estudiando; cuando la justicia actúa como su nombre lo indica; cuando las leyes son parejas para todos, sin importar género, edad, ni condición social; cuando suena el bandoneón de Pichuco o de Piazzolla, tan distintos y tan argentos los dos, y canta el Polaco o Julio Sosa; cuando esperás a un amigo con mate, o él te espera a vos con unos choris a la parrilla y un vaso de tinto; cuando celebramos, en fin, estar juntos, como sólo a nosotros nos sale: atropellado, de abrazo y beso… Eso y un montón de cosas más…Pero ya te las contaré en vivo y en directo…

¿Sabés? Escuché por ahí que ser feliz es no tener miedo. Te deseo toda la felicidad del mundo, pequeño gran cronopio amado…
Hasta la vista, Baby…


(La ilustración es de Julia Cervera).

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Bayote beatificado

Toma I
Las primeras luces del día se filtran por una persiana. La mano de un hombre de alrededor de 50 años sale de entre las sábanas, toma una Blackberry de arriba de la mesa de luz. Close up a la pantalla: “Traigan al mexicano”, escribe en el mensaje de texto.

Toma II
En otra habitación, más pequeña, un celular suena. Otro hombre, más joven, se incorpora en la cama, agarra el teléfono móvil y lee el mensaje. Close up a “Traigan al mexicano”. Se muestra preocupado, se pasa la mano por el pelo, mira su reloj.
Entonces suena desde el principio el tema de Alabama 3:
“You woke up this morning
Got yourself a gun,
Your mama always said you'd be
The Chosen One”

El hombre sale de la cama, se viste rápidamente y abandona la habitación dando un portazo. Fin del tema musical.

Toma III
En otra habitación, tapado íntegramente con una frazadita azul, duerme otro hombre (el tercero), de aproximadamente 40 años. Close up al pedazo de nariz y boca que se dejan ver entre la frazada. Respira. Suena su celular. Una, dos, tres, cinco veces. Pasan unos segundos. Vuelve a sonar una, dos, tres…
La mano temblorosa del tercer hombre sale con miedo de abajo de la frazada azul y tantea el piso donde está el celular. Lo levanta, presiona la tecla verde y pregunta, sin abrir los ojos:
-“¿Bueno?”
Se escucha la voz en off del interlocutor:
-Hola Ale, soy Edu. Conseguí entradas para hoy, en la Bombonera ¿Venís?Close up a la sonrisa del hombre de la frazada azul quien, se incorpora en la cama y de un salto se pone de pie.
-¡A huevo, coño!- grita el tercer hombre en muestra de consentimiento. Está en pijamas y con un ataque de euforia.
Suena el estribillo de Alabama 3:
“Woke up this morning
Got a blue moon in your eyes”


No, no se equivoquen. Esto no es una película, ni un caso de la “Cosa Nostra” porteña. Tampoco hace referencia al tráfico de efedrina, ni mucho menos evoca un narcocorrido. Esto es simple y llanamente la vida real.
El hombre que envió el mensaje de texto es un dirigente del club de fútbol San Lorenzo de Almagro (CASLA). El que lo recibió es un periodista e hincha fervoroso azulgrana, y el que fue invitado a la cancha el sábado 5 pasado para ver el clásico San Lorenzo-Boca es ni más ni menos que Alejo Bayote. Sí, el yucateco que desde hace cuatro años deja pulular su alma por Buenos Aires, Argentina.
¿Y por qué tanto misterio? Es que la invitación a la cancha que el periodista le hizo a Bayote tuvo dobles intenciones. Por un lado, le permitiría al yucateco vivir por segunda vez un clásico cuervo, su club de fútbol del corazón desde hace meses (la anterior fue un triunfal San Lorenzo-Huracán. Para más detalles leer Hermanos cuervos)
Pero por otro lado, con el mensaje:“Traigan al mexicano”, el dirigente del club azulgrana (no será nombrado bajo su expreso pedido) solicitó la presencia del extranjero para que cambiara un poco la suerte del equipo, que venía para abajo en el Torneo Apertura 2010 y ya no sabían qué hacer para que el triunfo tocara la puerta.
El hincha argentino puede elucubrar las más diversas artimañas para ver ganar a su equipo. Como decía Maquiavelo: “El fin justifica los medios”, y si del mexicano dependía que los cuervos tuvieran alegría en el corazón, la obtendrían “a como diera lugar”.
-Mirá, si cuando el mexicano fue le ganamos al Globo, sería conveniente que lo llevaras de nuevo ahora. Esto es un clásico y, además, en la bombonera- Le había “cuasi” ordenado el dirigente al hincha periodista, una semana antes, en una charla de café.
Y aunque el reportero aprecia mucho a Bayote, el club de su alma va primero. Así qué, en menos que canta un gallo, consiguió entradas para la "popu" más alta desde donde, según contó luego Bayote, casi podía tocar el cielo, contenido por un paravalancha y miles de almas que festejaron con él el 2-1 que le hicieron a los bosteros.
Y así el mito del yucateco tomó fuerza. Esa tarde, cuando salieron de la cancha, más de un hincha se le acercó y lo saludó con gratitud. Otros lo miraban con respeto profundo, algunos le tocaron las manos y unos pocos -más desinhibidos- se le tiraron a los brazos para que Bayote los envolviera con su aura de santidad y buenos deseos. En su ingenuidad, el yucateco no entendía nada.
Cuando regresaban en auto, el celular del periodista volvió el sonar. “Te dije, el mexicano trae suerte”, le había escrito el dirigente. Otros mensajes llegaron con misivas similares. Y Bayote al margen de todo, feliz en su beatitud, saboreaba todavía un choripan que se había comprado a la salida de la Bombonera. El periodista lo miró por el espejo retrovisor y suspiró, enternecido. Sentado allí, con el chori en una mano, la Coca Cola en la otra y las mejillas arreboladas, Bayote tenía cara de Santo Niño de Atocha.
Para el encuentro siguiente contra Vélez Sárfield, el sábado 11 pasado, el partido quedó 0-0. Alejo, claro, estuvo ausente. Y aunque él no lo sepa, los azulgranas ya traman nuevas formas de obtener la presencia del yucateco entre las gradas azules y coloradas.
Eso sí, a cualquier precio.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Ocupas del infierno

Me considero un tipo solitario, que disfruta de sus ritos.
Estoy de acá para allá todo el día, haciendo gustoso mi trabajo. Cuando llego a casa (“Home sweet home”), me encanta quitarme los zapatos, desnudarme, servirme un whisky y tirarme en mi mullido sillón de cuero púrpura. Me gusta cómo se siente el roce de mi piel con la del sofá, es realmente placentero. Entonces finjo brindar con alguien –preferentemente estoy solo, nunca mal acompañado- y de un trago me bebo el vaso. Y pienso “Esto es vida”. Después me hundo en la nada por un largo rato.
A oscuras y con el fuego encendido, claro, es como más disfruto de estos momentos. Sin embargo, desde hace semanas, la soledad me esquiva. Y para un tipo de ritos como yo, esto es francamente insostenible.
Pero no me puedo quejar. Aunque ellos hayan tomado sin querer mi lugar, piensan que están solos. Es por eso que la situación me divierte un poco porque puedo merodearlos sin que ellos se enteren.
Los observo siempre de lejos y veo en sus ojos un cansancio y una resignación de siglos. Entonces me pregunto ¿Habrá vidas destinadas al fracaso?
Puedo escucharlos respirar. Logran entradas cortitas de aire y casi nunca suspiran. Es como si jadearan desordenadamente bajo el mar de piedras que los circunda.
Se mueven poco y se acurrucan como animales con miedo. Muchos lloran en silencio, otros se desesperan y gritan, pero lo único que logran es agitarse más, entonces se dejan adormecer por el calor de estas profundidades que hace que uno entre en trance.
Dicen que no hay enfermos, pero no es verdad. Yo los veo a diario. Hay uno que se queja constantemente de un insoportable dolor de muelas y otro padece una patología tensional. Los dos están medicados y son casos conocidos arriba. Pero eso no es todo, también hay enfermedades gastrointestinales, respiratorias, en la piel y de la cabeza. Estas últimas son las peores.
Los que se quejan todo el tiempo son los más ciclotímicos. Ahora están bien y al rato no. Sin embargo no parecen peligrosos. Pero hay unos cuantos que andan solos, arrumbados contra las piedras, que no le dirigen la palabra a nadie y tienen una mirada que, si yo pudiera sentir miedo, realmente me asustaría. Creo que son los peores. Cargan odio, rencor, silencios estancados en el alma durante años, prejuicios, rabia, envidia… Y se callan. Siempre. Hasta que un día no puedan más...
Todo los días, sin que me vean, los merodeo. Desde arriba, los costados, abajo. Soy el “Gran Hermano”, el ojo que todo lo ve desde su panóptico invisible y ellos ni enterados. Los escucho discutir, los veo pelear, dormir, llorar, comer, mear y cagar. También los veo mentir, ocultar, maldecir y guardar rencor. De la vitalidad insólita no queda nada, sólo una confianza que hoy en día está de rodillas y una angustia caliente, oscura y ciega.
Por ahora me entretengo. No sé qué pasará cuando me harte de esta situación. No olviden que soy un tipo solitario, que disfruta de sus ritos en soledad. Probablemente me encargue de ellos de una buena vez para evitarles más sufrimiento. El de ellos, claro, no el mío. Después de todo ¿Quién los mandó a quedarse varados a 700 metros bajo tierra, justo aquí, donde vivo, en la boca del estómago del infierno?

domingo, 15 de agosto de 2010

"San Roque, San Roque, que este perro no me toque"

Dicen los que saben (y los que no también) que los perros son capaces de oler el miedo. Es por eso que si usted le teme a los canes, infle el pecho y ponga cara de nada si pasa cerca de uno con aspecto de pocos amigos. Si no falla, no lo muerden.
Cuando Alejo Bayote traspasó el viernes pasado las puertas de la oficina de la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES) de México 270, se sintió en medio de una jauría. Los empleados públicos, llenos de desidia y hambrientos de fin de semana, tenían ganas nulas de atender –bien o mal, no importa- y el pobre yucateco estaba ahí, sentado, esperando como cualquier hijo de vecino que le aprobaran un trámite, el trámite: la licencia por maternidad de su mujer…Y para colmo afuera hacía frío.
Una semana atrás, para ser exactos, la joven sudamericana -quien carga el segund@ hij@ de Bayote en sus entrañas- se había acercado a las oficinas de la ANSES sin demasiado éxito. Los cinco empleados que la atendieron le dijeron lo mismo:
“Si usted anota a este hombre como padre de su hij@, debe acercarse indefectiblemente con el acta de matrimonio o de convivencia, sino no tendría que haber escrito sus datos”.
“Pero no la traje y acá no dice en ningún lado que no se debe anotar al padre si no se trae el acta”- argumentó, gritó, imploró y hasta lloró la esposa de Bayote.
Después de muchas vueltas y varios escalafones de la administración pública, la respuesta de tribunal inquisidor fue la misma: “No podemos hacerle el trámite, tiene que regresar con los papeles que le pedimos, sino no cobra”.
Era como pelear contra molinos de viento. Finalmente y como el horario laboral no le permitía regresar a la oficina de la ANSES, la sudamericana delegó el trámite a su esposo quien al principio, en un acto de arrojo de macho protector, gritó a los cuatro vientos que él hacía todo, que ya verían esos patanes de la administración pública sudaca quién era Alejo Bayote, y ¡Bla, bla, bla!”. Después, cuando vio cómo venía la mano, se arrepintió.
Pero tuvo que ir igual. No había opción.
Cuando entró en la oficina pública, lo primero que Bayote deseó con todas sus entrañas, es haber sido atacado por los jíbaros ya que su intención era pasar desapercibido entre tanta “cabeza de lápiz” (como él le dice a las cabezas argentinas). La suya, mucho más grande que el promedio sudaca, llamaba notoriamente la atención y enseguida pensó: “Seguro que me ven aspecto de extranjero y me chingan”. Estaba aterrado.
Mientras esperaba largos minutos para ser atendido, trató de distraerse pensando en cualquier cosa, hasta que escuchó que mencionaban un nombre familiar. “Yo a esa la conozco”, pensó ¡¡¡Sí, era su mujer!!! Y también su turno de ser atendido.
La cosa no fue fácil. Vinieron muchas preguntas, miradas desconfiadas, largos e incómodos silencios, consultas con otros empleados y un gran palo en la rueda: el pedido de un papel –innecesario, claro- que Bayote no había llevado. Ahí la adrenalina comenzó a correr vertiginosa por sus venas y el yucateco sentía que se encendía. La empleada, una joven transformada ahora para el extranjero en un rottweiler que desconoce hasta a su dueño, lo miraba con ojos amarillos, mientras mostraba los colmillos.
Entonces Bayote pensó que lo mejor era correr antes de ser mordido o fingir paz y armonía física y mental. Pensó en la primera opción y la descartó inmediatamente, ya que su mujer terminaría atacándolo como un dogo si no volvía con el trámite terminado. Entonces respiró profundo y puso cara de: “Pídeme lo que quieras, estoy a tu disposición, voté por Cristina aunque soy extranjero (lo hice con el corazón), admiro tu trabajo, ¿qué hace una chica tan linda detrás de este mostrador?”
Y el fin justificó los medios. La joven rottweiler volvió lentamente a su apariencia humana, puso la firma, tres sellos y entregó la licencia por maternidad autorizada.
Como buen cronopio, Bayote salió a la calle y cantó “Catala, catala”, feliz porque salió ileso de las fauces de la temible administración pública sudaca, a la que logró hacerle “pito catalán” sin necesidad de salir corriendo.

domingo, 1 de agosto de 2010

Princesas hasta en la sopa

Ayer fuimos víctimas de tres intentos infructuosos para esconder el regalo del Día del Niño.
La primera vez, nuestra hija Julia vio a su papá dirigirse afanosamente al lavadero con un paquete grande y ruidoso, que pretendía colocar debajo de la pila de ropa sucia. Las otras dos veces la niña directamente descubrió el escondite.
Fue agotador porque todo ocurrió en un mismo día. Prefiero pensar que no somos idiotas para elegir escondites, sino que ella es demasiado inteligente para descubrirlos.
Después de intentos tan fallidos (su último hallazgo lo hizo a las 9:30 p.m. y se aferró al paquetote con uñas y dientes), decidimos adelantar la fecha del Día del Niño, programada socialmente para el domingo 8 próximo. Julia había pedido la caja “Juliana princesas y hadas”. Traducción: Un cubo de plástico rosa rabioso que contiene una coronita, cetro, capa, prendedor, aros, labial, pintura de uñas, sombras, etc. Desde ese momento la pequeña se transformó en una princesa con poderes de hada, que con su cetro (transformado por ella en una varita mágica) puede hacer hechizos y encantamientos.
Una hora después logramos que se fuera a dormir sin la capa, aunque con la corona, la varita mágica y el prendedor encima. A los veinte minutos la fuimos a ver y estaba dormida, abrazada a la gran caja rosa.
A las 9 a.m. escuché que la valija de plástico se abría y se cerraba alrededor de 12 veces seguidas. Al rato hizo su entrada triunfal en nuestro cuarto Julia, toda pintada y vestida de princesa, claro ¿A quién se le ocurre pensar que una monarca no amanece con la coronita puesta?
En fin, desde anoche vivimos con una princesa. Según ella, yo soy la reina, su padre es el rey y el hermanit@ que está en la panza es el “principecito”. Por su parte Marty, el felino de la casa, es “el gato bestia”, que acecha los alrededores de su castillo (una carpa maltrecha de Winnie the Pooh) “para atacar de día y robar de noche” (sic).
Cada vez que sale del castillo para buscar algo que olvidó, Julia traba la entrada con una silla rosa que se convierte en un cocodrilo feroz, cuidador de su mansión (ver foto).
Voy a ser franca, no me enloquece que Julia desfallezca por las princesas pero, ¿Cómo escaparle a este mundillo? Desde que son pequeñas, las mujeres son acribilladas con información que llega de toda forma y en variados envases sobre Aurora, Blancanieves, Arielle, Jazmín, Bella, Cenicienta, etc. El color rosa hechiza las pupilas de las pequeñas y no hay nada que les guste que no tenga a alguna de estas féminas para gusto de cada quien: la rubia, la morena, la pelirroja; con vestido rosa, amarillo o celeste..., en fin.
Es una batalla casi perdida. Sin embargo hay detalles en el gusto de Julia por las nobles chicas que me reconforta. La historia de “Holidays On Ice” que más le gustó fue la de “La Bella Durmiente” ya que, en el musical sobre hielo que vimos en días pasados, aparece la bruja malvada convertida en dragón, que prende fuego el mismísimo hielo. El príncipe Felipe logra derribar a la bestia con su espada y así, luego de un beso largo, despertar a su amada.
En las otras historias preguntaba “¿Y la bruja cuándo aparece?”, sin éxito, ya que sólo se tuvo que conformar con las hermanastras medio bobas de Cenicienta.
También me gusta que sea una princesa-hada, medio brujita también, ya que anda con su cetro-varita, hechizando a toda la familia. Ni el gato se salva.
Otra cosa que me encanta es su conciencia social, de citadina, convertida en la metáfora del “gato bestia”, que ataca de día y roba de noche. Así como también el cocodrilo-silla, que vela por el reino. Realmente ¿Qué princesa se preocupa hoy en día de las cosas que pasan en el mundo?
Y aunque no me de el cuero para otro regalito, el domingo que viene tendrá un presente muy especial: un libro de cuentos de los Hermanos Grimm, para que conozca las verdaderas historias de las princesas, que su papá y yo le leeremos con todo el placer del mundo.

jueves, 29 de julio de 2010

El oso habla



"Cuando de mañana se lavan la cara, les acaracio las mejillas, les lamo la nariz y me voy, vagamente seguro de haber hecho bien"..- Discurso del oso, Julio Cortázar.

El porqué de este post está en http://blogs.yucatan.com.mx/ceciliagarcia , un nuevo blog que escribo en el Diario de Yucatán (http://www.yucatan.com.mx), donde trabajé cuando vivía en México. Tiene que ver con la visita a la Feria del Libro Infantil y Juvenil que hicimos en familia el domingo pasado y que, por distintas razones, nos encantó a los tres: a Ale, a Julia y a mi.
En este espacio, que siento íntimo y tibio, oscuro y de remembranzas, pego el Discurso del oso recitado por Julio Cortázar.
Instrucciones para escucharlo:
1- Cerrar los ojos.
2- Poner la cabeza en blanco.
3- Encerrar al vuelo un instante de nuestra niñez -lindo o feo- no importa, siempre y cuando podamos atraparlo aunque sea por un rato.
4- Ponerse, si es posible, en el lugar de oso.
5- Guardarse en el corazón la última sensación cuando el relato acaba.
Si todo sale bien y se cumplen los pasos al pie de la letra, usted se sentirá, por un ratito, como un verdadero cronopio.

jueves, 15 de julio de 2010

De preguntas y respuestas

“¿Y cómo matan al pollo para que después nosotros lo comamos? ¿Con una pistola o una escopeta? ¿Y por qué no se escapan los pollos para que no los maten?”
Las preguntas las hace Julia, mi hija, de cuatro años y cinco meses, mientras hurga con la punta del dedo el plástico helado que cubre a los pollos del Carrefour.
Mi problema no radica -en primera instancia- en qué y cómo responderle, sino en tratar de quitar de mi cabeza voladora la imagen de una hilera de pollos sufridos, inertes, con los ojos vendados, frente a un pelotón de fusilamiento.
Ante sus cuestionamientos, mis respuestas no se hacen esperar, casi siempre. Pensamos que cuando vino la pregunta de “cómo el papá le ponía la semillita a la mamá en la panza” (tenía tres años), la situación se nos iba a complicar demasiado, pero mi amiga Pamela –psicóloga- nos sacó las papas del fuego. Me sugirió: “Preguntale vos a ella: ‘¿Cómo creés vos que le pone la semillita’?” Santo remedio: ese día Julia me miró con una gran cara de obviedad, revoleó sus ojos negros y me contestó sin chistar: “Y, por el ombligo, mamá, ¿por dónde va a ser?”. Piuf, respiramos… Hasta que vuelva al ruedo. Pero ya será más grande y estará lista para nuevas respuestas.
Y ahí vamos…Como dice Cerati (¡Fuerza Gus!). No es tan complicado como creía, realmente. Y siempre estamos dispuestos a contestar para que ella (ellos próximamente) tengan un mundo mejor. Sin embargo hay preguntas que me carcomen las entrañas porque ni yo tengo respuesta. Y eso está cabrón.
"¿Porqué hay nenes pobres?" Me preguntó el otro día cuando bajamos a tomar el subte y vio a una familia durmiendo en la calle.
O cuando viajábamos en colectivo y subió un niño unos pocos años mayor que ella a vender estampitas. Entonces me preguntó: “¿Por qué trabaja ese nene?”
Está tan mal lo que ves, nenita. Así no deberían ser las cosas, nunca. Porque no tendría que haber chicos pobres, con frío y hambre. Menores que no tienen una cama limpia y caliente, ni papás sin trabajo ni mucho menos familias sin amor para crecer con la panza llena y el corazón contento. Tampoco tendría que haber niños que trabajen, explotados; ni chicos golpeados, ni abusados ni torturados….
Se lo gritaría en la cara, pero no puedo. Entonces ¿Cómo y qué le explico, carajo? Lo hago, en definitiva lo hago, pero se me hace un nudo en la garganta y tengo que aparentar optimismo, que todo saldrá bien y me cuesta mucho, muchísimo… Entonces intento salir ilesa pero, como dije, “casi” puedo…
En mi país faltan un millón de cosas para que las cosas medianamente funcionen, para que Julia y todos los chicos tengan un país mejor cuando sean grandes. Sin embargo hoy desperté optimista cuando supe que el Congreso Nacional había aprobado, mientras dormíamos, la Ley del Matrimonio Gay, porque considero que, como norma jurídica, significa Igualdad (¡con mayúsculas y en negritas!) y creo que es una forma de comenzar a hacer una nación que mira para adelante.
El tema fue, es y será debate, claro. Hoy mismo me pasó. Almorzaba con una compañera de trabajo, madre ella, preocupada por los gays (parecían acosarla en sus pensamientos, mientras surgían, como nunca, de hasta debajo de las piedras para casarse y adoptar niños repartidos como manojos de globos por jueces indecentes) y por las explicaciones que, como progenitora, deberá darle a sus hijas. Entonces pensé que, aunque trabajamos juntas, vivimos en la misma ciudad y en el mismo país, un universo cultural nos separa a su familia de la mía. Porque yo podré responder tranquila, segura, con los pulmones llenos de optimismo, cuando Julia me pregunte –si es que lo hace- porqué dos hombres se casan o porqué tal niño tiene dos mamás. Y le hablaré seguramente de la diversidad y de la igualdad, de derechos y obligaciones, mientras ella crece, yo crezco y rumbeamos juntas y de a poquito hacia un mundo mejor.

lunes, 5 de julio de 2010

Calambre en el alma

* "Entre el turista y el viajero la primera diferencia reside en parte en el tiempo. Mientras el turista, por lo general, regresa a casa al cabo de algunos meses o semanas, el viajero, que no pertenece más a un lugar que al siguiente, se desplaza con lentitud durante años de un punto a otro de la tierra.
El turista acepta su propia civilización sin cuestionarla y el viajero la compara con las otras y rechaza los aspectos que no le gustan."
(**)

Algunos días estoy, pero no.
O sea: como, camino, leo, río, me quejo, charlo, comparto, peleo y beso, pero en definitiva no soy yo realmente. No estoy auténtica al 100 por ciento ¿Alguna vez les pasó?
Dejo la cara y me voy… Vaya a saber dónde. En mi caso no es un estado ideal porque, en el fondo, no lo disfruto. Son días de introspección y, en la mayoría de los casos, “de angustia al divino cuete”, como decía el gran Cronopio Julio Cortázar. Pienso, pienso y pienso, me siento ansiosa sobre diferentes situaciones, quiero hacer todo y no hago nada y me entra una tristeza celeste que siempre tiene sueño.
Pero sé que esos días no son para tirar a la basura porque siempre algo traen para dejarme entre manos. Cuando pasan me duelen, me hacen mella pero, cuando se están por ir (lo percibo en cada célula) enciendo mis antenitas de vinil, pongo todos mis sentidos alerta y siempre me quedo con algo en limpio. Algo bueno, que me sirve.
Hoy estoy en esos días y todavía no tengo las ideas muy en claro, para ser franca. Pero no importa, mejor voy pasito a paso. Por ahora encontré a Paul Bowles y a Natascha Rosenberg -él con una frase y ella con una ilustración- que me hicieron latir fuerte el corazón. Hoy siento que lo que él escribió en “El cielo protector”(**) fue creado para la ilustración que ella hizo en "The pursuit of happiness"(*).
Y siento que los dos me hablan, aquí y ahora.

domingo, 27 de junio de 2010

El día que mataron a Messi

¿Era una locura pensar en eso?
Imaginarse una y otra vez la situación. Dormido y despierto.
Él lo había dicho en un arranque de rapidez verbal, expeditivo como era, de puro humor negro, nomás. Aunque muchos mexicanos se horrorizaron con la declaración, a la mayoría de los argentinos les pareció divertido. Pero… ¿Y si fuera verdad?
-¿Qué hay que hacer para frenar a Messi?- Le había preguntado el periodista argentino.
-Hay que pegarle un tiro- Respondió él, sin dudarlo un instante.

La noticia tardó segundos en hacerse mundial.
-Justo vos, que sos hombre de Dios, decís que hay que pegarle un tiro a Messi -Le había dicho el periodista.
Y tenía razón, porque él, Guillermo Luis Franco Farquarson, más conocido como Guille Franco, antes el correntino de Goya, desde hace años el mexicano naturalizado, era muy creyente, entregado a Dios en cuerpo y alma; y andaba en estos días con esos sentimientos raros, oscuros, perversos, que no podía sacarse de la cabeza. Y sabía que estaba mal, que no podía desearle el mal a nadie, ni mucho menos ejercerlo sobre nadie pero… La idea no se iba y, lo que era peor, regresaba. Entonces Guille trataba de pensar en otra cosa, pero no podía… Y tampoco sentía culpa.
Se lo imaginaba una y otra vez, mientras se bañaba, dormía, en una práctica, todo el tiempo. La situación era siempre la misma:
Aguirre lo llama, le pide que se prepare, que lo va a cambiar por Guardado cuando ya pasó una hora del segundo tiempo. Y van perdiendo. Y justo viene un balazo de Tévez que arrima a Argentina al tercer gol. Y Guille piensa que ese es el momento, el preciso, el que no hay que dejar pasar por nada en el mundo, el instante para pasar a la historia… Después no importa nada.
-Por ahora no permiten jugar ni con revólver ni con escopeta- Le había dicho el periodista.
-No, no. Lamentablemente, no lo permiten, ja ja ja- Había contestado él, y en ese momento no le pareció tan graciosa su ocurrencia. Pero bueno, lo dicho está, ni modos…

Entonces, como una película que se sabe de memoria, la secuencia vuelve a su cabeza. El cutter, pequeñísimo, entra perfecto debajo de la canillera. Cuando nadie se diera cuenta, chocaría con un contrario, se tiraría al piso, quitaría el cutter de ahí para pasarlo disimuladamente entre la manga larga de la camiseta verde y la palma de la mano derecha. Ya abierto, claro.
Y ahí viene su compañero Hernández, que inaugura el marcador para México, pero estarían lejos todavía, muy lejos…
-¿Te sentís entonces más mexicano que argentino?- Le había preguntado el periodista.
-Claro. Yo soy mexicano. No decidí donde nacer. Esa fue una decisión de Dios. Después yo decidí ser mexicano- Había retrucado él.
-¿Y eso por qué, Guillermo?
-En agradecimiento a todo lo que México me brindó. Nunca esperé que mi vida cambiara en mi paso por México, que ese país me diera tanto. Pero me dio cariño, me dio dos hijas mexicanas. Son muchas cosas. Por eso yo volqué mi corazón a México.

Y sería el momento de demostrarlo. Con creces.
En la cancha no se habían cruzado, pero Guille busca la forma de acercarse. El tiempo se le va de las manos. Entonces, cuando el alargue del partido ya llega a su fin, tira su cuerpo en contra de Messi, desliza el cutter hasta la mano completa, hasta agarrarlo fuerte y como un puñal, y se lanza una y otra vez sobre el 10 argentino para tajearle la pierna, el pecho y la garganta.
Todo corre tan rápido en la cabeza de Franco que se siente mareado de sólo pensarlo. Las manos manchadas de sangre, la camiseta verde, ahora roja, los compañeros que lo quitan de encima de Messi, agonizante, las patadas que le llegan a dar en la cara algunos jugadores argentinos, los médicos que lo rodean, técnicos, árbitros, policía, gritos, locura, muerte…
Cuando Guille despertó hoy de una brevísima siesta estaba en el vestuario. Faltaban minutos para el encuentro Argentina-México. Sus compañeros lo invitaron a rezar. Con la cabeza confundida, Guille se puso de pie y sintió algo extraño en la canillera. Ahí, tieso, estaba el cutter.

miércoles, 23 de junio de 2010

Hay heladez

El hombre es un animal de costumbres. Se adapta –tarde o temprano- a todo, o a casi todo. Busca en definitiva la forma de empatizar con su entorno por el simple hecho de no vivir como paria, de no morirse solo como un perro.
Alejo Bayote se creía acostumbrado a todo, pero no. Llegó el frío a Sudamérica y se le vino la noche. Sin luna.
El yucateco que vive en Buenos Aires cursa su tercer invierno en la capital argentina y no escarmienta. Cada año, cuando el otoño se despide para darle la posta al invierno, Alejo Bayote muta. Literalmente. Cuando llega abril o mayo su humor cambia por completo. Deja de ser ese caribeño divertido, ocurrente -medio burlón y cínico- con el albur siempre a flor de piel. También se le olvida un poco el acento aporreado y los ojitos se le ponen tristes.
La piel porosa del meridano se vuelve escamosa y si fuera metrosexual se cubriría de cremas, pero no. Le gusta sufrir y aparentar ante todos que es víctima del frío. Porque si hay algo que Alejo Bayote no pierde con el invierno es su capacidad histriónica para ser víctima de su circunstancia: la de estar en el helado fin del mundo.
Cuando amanece (a eso de las 10 de la mañana para Bayote), el yucateco atina a sacar una mano de entre las frazadas para alcanzar el control remoto. Entonces enciende la tele y sintoniza Canal 7. No es para ver la programación de la presidenta Cristina, sino para visualizar los numeritos que aparecen abajo en la pantalla: la temperatura. Y ahí empieza su vía crucis.
Su pequeña retoña lo arranca de las sábanas con el grito diario de “¡Papi, haceme la leche!” Y ahí sale el hombre de la cama, agarrotado de frío, rumbo a la cocina. Regresa tiritando, con el vasito de los Backyardigans calentándole la palma de las manos. Se lo da a la pequeña Bayote, y se escurre otra vez rápido entre las sábanas, ahora un poco frías (siempre olvida de cerrar la cama cuando se levanta).
Si sus movimientos durante el año no son hiperquinéticos, en invierno sólo quiere dormir, tapado hasta las orejas. Hibernar, le dicen. El domingo pasado, por ejemplo, empezó el invierno en estas latitudes. Amaneció con 2 grados pero, como era día de descanso, todos se quedaron en la cama, sin asomar los hocicos. Sin embargo, hacia el mediodía, la pregunta se hizo evidente: ¿Qué almorzamos? Había que salir a buscar provisiones. “Yo no voy ni a la esquina” , respondió tajante el meridano. Durante los meses previos a la llegada del invierno, Bayote se arma de un sabio colchón de grasa que lo mantendrá proteico para las épocas difíciles que ya se avecinan.
Ese mismo día, el termómetro trepó por la tarde a 8 grados y salió el sol. Su hija y su prima, ambas de cuatro años, pedían a gritos ir un rato a la placita. La respuesta de Bayote volvió a ser tajante: “Yo de aquí no me muevo”. Y no sólo eso: acusó a su joven esposa de sacar a las niñas con ese frío: “¡Tas quedando loca, mujer, se van a helar las niñas!”, le gritó sin reparos, mientras su voz se escurría por debajo de los edredones.
Pero no todas son pálidas para el yucateco. Hay que valorar los avances que hizo en estos tres años. Por ejemplo, ya no le escapa a una ducha caliente como al principio cuando pensaba que, si se bañaba, pasaría más frío. También aprendió a cambiarse las medias cuando siente los pies helados, se quita el abrigo si entra a un lugar con calefacción y ya no duerme con bufanda. Eso sí, nunca se aparta de sus calzoncillos largos (que usa debajo de los jeans) ni deja de tener sueños de los lindos en los que despierta por los sacudones que su hijita le da a la hamaca pidiéndole que se apure, que es domingo y que se hará tarde para comprar unos sabrosos sándwiches de cochinita.

La obra que ilustra el post no tiene título y es de Alejandro Cervera.

viernes, 11 de junio de 2010

Embrujados

“¿Qué nos pasa a los argentinos? Estamos locos, locos…”
Reflexiones de Marcelo (Fabio Alberti) en “Todo por dos pesos”.


Hoy, como todos los días, llamé por teléfono a casa a las 11 a.m.
A esa hora, mi hija corre desesperada a levantar el auricular para atenderme y siempre mantenemos una maravillosa charla matutina. Pero hoy fue la excepción.
-Hola mi vida, ¿Cómo estás?
-Bien pero no puedo hablarte… Estoy mirando el partido con papi. Chau.
Y me cortó.
A las 12:40 llamé a casa nuevamente luego del gol que el mexicano Rafa Márquez le hizo a los sudafricanos y mi marido –paisano de Márquez y hasta hoy un tipo antimundialista total- me atendió de la siguiente forma:
-“GOL DE MAAAAARQUEEEEZZZZZ”, No lo puedo creer, qué maravilla, estaban jugando mal y Márquez hizo el gol, blablablabla…”
De golpe y porrazo caí en la cuenta de mi regreso. Después de dos mundiales tibios en México, volví a la vorágine futbolera argentina de cada Copa del Mundo, al seudo nacionalismo, a la cotidianeidad falsa del triunfo y la derrota. Y mi marido y mi hija mexicanos no son la excepción a la regla, ellos también están contagiados por el embrujo.
Como ocurre en mi país cada cuatro años, la burbuja mundialista se formó y se cerró. Y estamos todos adentro, hasta los más parias. Nos esperan días y semanas de fútbol del más variado. Es como que, de golpe, los argentinos nos sentimos llenos, más vivaces, con un humor renovado…
Y no lo digo yo nomás, los dicen los estudiosos.
José Garriga es sociólogo y docente de la Universidad de Buenos Aires. Respeto del efecto que ocasiona el mundial en los argentinos, opina: "Se genera un efecto por el cual once varones interpelan a todo el país y hay una idea de que eso soy yo, que si ellos ganan, gano yo”.
Eduardo Fidanza, director de la consultora Poliarquía, no se queda atrás: "Cada cuatro años se advierte una distensión para relajarse de las normas férreas del trabajo y de las responsabilidades. Hay como un permiso tácito donde cambian las prioridades".
Por otro lado, Fidanza también advierte un despertar del sentimiento nacional. “Se provoca un psicodrama similar al que ocurre durante una guerra, o cuando el país gana un premio en el exterior. Es un momento en que se desata ese nacionalismo latente y se borran los sentimientos contradictorios con el país".
Psicólogos, sociólogos y consultores coinciden también en que el clima del mundial puede tener una efectiva función de desahogo. "Aliviamos la angustia momentáneamente mientras miramos el partido y nos olvidamos de las miserias externas y de los dramas internos", dice el psicólogo Ricardo Rubinstein. "Se genera un efecto contagio que mejora el estado de ánimo general", agrega la psicóloga social Ana Quiroga.
¿Pero qué pasa mientras tanto? A la burbuja no la rompe ni el pelotazo más fabuloso, ni el grito de gol al unísono de 30 y pico millones de argentinos. Y mientras todos navegamos en la realidad paralela mundialista, el país sigue su rumbo, los políticos tomarán nuevas decisiones, la economía irá para atrás o para adelante (…o para el costado), se aprobarán o no tales leyes, se suspenderán exámenes, Cerati seguirá o no en terapia intensiva, y pasarán muchísimas cosas más que nadie detendrá…Ojalá que toda esta emoción que nos sacude el alma, no nos deje ciegos, sordos y mudos.

lunes, 7 de junio de 2010

N.N.

Lo primero que sintió al despertar fue un tremendo olor a podrido. No había abierto aún los ojos –sabía que el despertador no había sonado- y su olfato dio la señal de alarma. Algo estaba mal.
Con los párpados aún cerrados trató de identificarlo: parecía olor a muerto, podredumbre de días y días al sol. Tenía que tomar coraje pero no podía, entonces se le ocurrió una idea: optó por el tacto. Tanteó con miedo las sábanas buscando vaya a saber qué. Ningún bulto se interpuso en su camino y la tela que lo cubría estaba seca. Sin embargo, cuando subió la mano a la altura de su cabeza, sintió que algo viscoso y tibio se le enredaba en los dedos. Levantó rápidamente la cabeza de la almohada, abrió los ojos y trató de enfocar. Estaba oscuro y no vio nada.
Saltó de la cama y cayó parado como un gato a centímetros de la llave de la luz. De un golpe la encendió. Cuando la visión se hizo clara pudo ver –desde el metro y medio de distancia que lo separaba de su cama- una pasta viscosa que cubría el lado izquierdo de su almohada. Reconoció con espanto que esa materia correspondía directamente a lo que colgaba –gelatinoso- entre sus dedos. Lo llevó a su nariz, era ese olor.
Inmediatamente se le cruzó por la cabeza que alguien estaba en su casa, que alguien le quería hacer mal, que ese olor inmundo le era impuesto. La idea se esfumó tan pronto como comprobó que no había nadie y cayó en la cruda realidad de que el del olor a muerto era él.
Con la mano limpia se tocó la cara y cuando pasó el dedo por la oreja descubrió el origen de la tragedia: del oído izquierdo supuraba ese líquido amarillo, con diminutos puntos negros, que olía horrible. El espejo del baño lo terminó de confirmar: esa sustancia extraña caída de su oreja y le llegaba al cuello. Juntó fuerzas, la limpió rápidamente con un papel higiénico y la tiró al inodoro. Luego sacó un algodón del mueble del baño y tapó el agujero. Sólo ahí dejó de escuchar. El oído estaba totalmente tapado “¿Qué tengo?” Dijo en voz alta. Tenía la voz quebrada. No había dolor, sólo miedo.
Norberto Noria era un tipo de rutinas. Como todas las mañanas levantó la persiana del departamento 3º. B que daba al pulmón del edificio. La luz de las primeras horas de la mañana se metió en el monoambiente que heredó de su madre hacía 10 años. Puso café a preparar y encendió la ducha. El agua corría fuerte pero él casi no escuchaba.
Entró en la bañera y como todos los días empezó a enjabonarse. Recorrió con las manos sus genitales pero no tuvo energías de masturbarse. Se sentía cansado, pesado, aturdido.
Se sacó el algodón de la oreja e intentó lavarse pero fue peor. Ahora no sólo estaba sordo, sino que un zumbido le martillaba la cabeza. Salió de la ducha a medio bañarse. El líquido viscoso seguía supurando del oído y ahora no sólo lo podía oler, sino también lo sentía en la garganta. Era tan repugnante que las arcadas le ganaron. Sin embargo no vomitó. Se tapó el oído nuevamente, se vistió con el traje azul y tragó un sorbo el café. Ahora el gusto en la boca era otro, un alivio…
El reloj marcó las 8:15 a.m. y ya era hora de salir. Noria, empleado administrativo de contaduría de la empresa “Famex” desde hacía 25 años, pensaba en el balance trimestral (“Los números no cerraban desde hacía dos días”), en su jefe, el joven y prometedor contador Parrota (“reventado, cómo me gustaría verte muerto”), en sus compañeros Grimaldi y López (“Váyanse con su fútbol a la concha de su madre”) y en Graciela (“Estás hermosa hoy con ese culito y esas tetas, me aturdís nena, aunque podría ser tu papá…”).
Cuando subió al subte –repleto a esa hora- empezó a sentir nuevamente el gusto a podrido en la garganta. Apretó la quijada lo más que pudo y ajustó el algodón en la oreja. ¿Podría sentir el chico punk conectado a su mp5 el olor que salía de él? Pensó que no, lo veía demasiado dormido para percibir sensaciones. ¿Y la vieja del bolso verde? Tampoco, en esos momentos ponía todas sus energías en conseguir un asiento, a cualquier precio. El subte arrancó y Noria se sintió mareado. Trató de focalizar en el titular del Clarín que leía el hombre sentado delante suyo pero no pudo. Sintió que se le nublaba la vista.
Entonces pensó en Graciela e imaginó, como tantas veces, esa escena. Él acercándose al escritorio de su compañera desde hacía tres meses –una pasante de 22 años, estudiante de Marketing- y le decía: “Graciela, ¿vos me querés?” Ella se ruborizaba, se arreglaba la pollera corta, le tocaba la mano (como esa vez, cuando le alcanzó el formulario 582) y le decía “Sí, Norberto, y te deseo desde siempre”. Después la escena se repetía, los dos besándose en la cocina de la oficina, él apoyándola contra la heladera, ella excitada, pidiéndole más…Pero no, algo andaba mal.
“Señor ¿Se siente bien?”, preguntó el chico punk del mp5.
“¿Qué?”, preguntó Noria, sordo, tratando de focalizar en el piercing que el chico tenía en el labio superior.
“Tiene la oreja lastimada”, le dijo el chico, con cara de asco.
En ese instante todos se voltearon a verlo con la misma expresión de repulsión. Noria no contestó, trató de acercarse a la puerta, empujó gente, pidió perdón y, como pudo se bajó, lleno de insultos que no podía escuchar.
Cuando el andén quedó vacío caminó rumbo a las escaleras pero ya no pudo seguir. Se apoyó en una pared, sacó un pañuelo, se limpió el cuello y después vomitó. La gente lo esquivaba como un perro sarnoso.
Como pudo se acomodó en un hueco de la escalera y ahí se quedó, mudo de miedo y vergüenza. Estaba bien vestido pero olía mal, así que lo viajeros que iban y venían lo tomaron como un linyera o un borracho más. En el trajín de gente, alguien le sacó la billetera y él no pudo reaccionar, como tampoco cuando le quitaron los zapatos. “Estaban viejos ya”, pensó.
Volvió a vomitar y sintió mucho frío. Ya no podía pararse. Pensó en el balance que no había terminado, en Parrota dudando de su ausencia, en López y Grimaldi, olvidándolo como siempre, en plena discusión por el Superclásico y minas tetonas; y en ella, otra vez en ella. “Sí, te quiero bobo, ¿no te das cuenta?”, le decía Graciela al oído, y ya no había podredumbre, ni nada…
Lo encontraron cerca de las 10 de la mañana, muerto al costado de la escalera. Sin identificación, ni parientes ni amigos que lo extrañaran, fue a parar a la Morgue Judicial. En el dedo gordo del pie le colgaron un cartel con sus iniciales: NN.

jueves, 3 de junio de 2010

Diario de un frijol

Cambia, todo cambia.
Mi cuerpo es una explosión de todo.
Muto.
Me río y tengo sangre en los dientes
Y no soy vampiro.
También estoy llena de aire
Y no soy un globo aerostático.
Siento que estallo.
Lloro, río, reclamo, agradezco, me quejo.
Pido disculpas.
Soy el colmo de la susceptibilidad
Parada en dos patas flacas y largas.
Todo esto me acontece desde hace unas semanas,
Ahora mismo,
Mañana.
Y soy feliz. Contradictorio pero cierto: feliz.
“Hay una serpiente en mi bota”, dice el vaquero Woody.
“Hay un frijolito en mi panza”, digo yo.
Y late.

martes, 25 de mayo de 2010

Mi Charles Bronson patriótico

Cursé la primaria entre los años 70 y los 80. Empecé primer grado con el Mundial de Fútbol de 1978, en plena efervescencia del Proceso; luego viví en cuarto grado la Guerra de Malvinas; y terminé séptimo grado en 1984, cuando arrancaba -por fin- la Democracia.
Los chicos setentosos como yo, seguramente tuvimos un papá “Chuck Norris” o “Charles Bronson”. Mi padre era del segundo grupo.
Durante la década de los 70, mi progenitor vio muchas películas de Bronson, por no decir todas. Los títulos hablan por sí solos (no los escribo en inglés porque perderían la gracia): desde “Los siete magníficos”, pasando por “Doce del patíbulo”, “El gran escape” (¡Bronson es el único que se salva!), “Chino”, “El vengador anónimo”, hasta “Nevada Express” o “El temerario Yves”, entre muchas otras.
En plena Dictadura Militar, cuando en Argentina se secuestraba, torturaba y mataba gente, y cuando la economía se convertía en un desastre que llevaría el país a la ruina absoluta, mi papá se sentía ese tipo rudo y justiciero que personificaba Bronson, aunque más no fuera por su atuendo setentoso, acompañado por unos Ray-Ban y su clásico bigote negro y grueso que le caía hasta las comisuras de los labios.
Claro, mi padre no andaba armado a caballo ni en un auto espectacular persiguiendo rufianes ni matando policías malos, ni mucho menos defendía a “pobres y ausentes”, como lo hacía Bronson. Guillermo García trabajaba como metalúrgico en una fábrica, mantenía a una mujer y dos hijas (después vendría otra, con el inicio de la Democracia) conducía un Citroen (igual al del papá de Mafalda) y algunos domingos, cuando se podía, se comía un rico asado en familia, mientras veía la largada de la carrera de Turismo Carretera. Pero sólo la largada, porque después se apagaba la tele para almorzar.
Es cierto el dicho de que “las apariencias engañan”. Mi papá “parecía” un tipo rudo. Sin embargo todo ese aspecto de rudeza se desarmaba cada vez que iba a un acto escolar mío o de mi hermana. Porque cuando había que entonar el Himno Nacional Argentino, mi padre, “El Negro” García, el Charles Bronson de mi familia, se emocionaba de tal manera que terminaba llorando como Magdalena.
Nada lo podía evitar. Por más que se concentrara antes del acto o pensara en cualquier cosa, cuando la voz de la directora decía: “Y ahora nos ponemos de pie para entonar el Himno Nacional Argentino”, Guillermo se quebraba. Y era en ese preciso instante que este hombre que se partía el lomo todo el día para llevar el sustento a la casa, que se decía de River pero moría por el TC, el rudo con cero voz y voto en una casa llena de mujeres, el tipo de bigote poblado y anteojos de mafioso, que en sus sueños se creía el antihéroe justiciero en un país silenciado por la tortura y el miedo… En ese momento mi papá se sentía Patria.
Una vez lo vi. Lo acompañé a un acto de mi hermana y cuando entonamos la canción nacional, mi viejo ya arrancó quebrado. Y no es que dejaba de cantar. No, peor, seguía fuerte, con la voz deshecha, los ojos rojos y las lágrimas cayéndoles desatadas. Cantaba, se secaba los ojos, aspiraba mocos y seguía, con el pecho hinchado, entre una mezcla de orgullo e impotencia patriótica. Esa vez, cuando terminó el Himno, lo miré y me dijo: “¿Qué querés, hija? Me emociono…”.
Yo también papá. Te lo cuento ahora que soy más grande que vos en los 70 y no me creo Charles Bronson. Te lo digo en este preciso instante porque me pasó lo mismo que te pasaba a vos una y otra vez. Te lo anuncio con bombos y platillos porque cuando entoné el Himno Nacional Argentino en pleno acto escolar del 25 de Mayo en el jardín de mi hija, se me hizo un nudo en la garganta y no pude dejar de llorar durante toda la canción, mientras me secaba las lágrimas, aspiraba mocos y seguía cantando, con la voz quebrada pero fuerte.
Te lo cuento, papi, porque además de pensar que es hereditario, creo que entiendo lo que te pasaba en ese momento. No sé cuántas cosas se te cruzarían por la cabeza (a mi, muchas, te lo aseguro), pero pienso que lo que compartimos es ese sentimiento de pertenencia, de no estar solos, de sentirnos parte de algo que no es para nada perfecto, ni con un futuro prometedor, pero somos parte al fin. Vos y yo sabemos que no son eternos “los laureles que supimos conseguir” (si es que los conseguimos…), ni mucho menos viviremos “coronados de gloria”, como augura la canción, pero somos libres, no en el concepto perfecto de libertad, pero sí lo somos y ahí la llevamos, vos como podés y yo también, pero tratando de estar mejor, siempre.
No somos perfectos, no estamos bien ni mucho menos vamos por buen camino. Peor aún, no sabemos con claridad para dónde ir. Hace 200 años que la remamos y acá estamos, sin rumbo fijo. Pero estamos viejo, y lloramos con el Himno y hay un millón de cosas que nos hacen argentinos hasta la médula y hay otro millón de cosas para hacer mejor, para que tengamos una Patria que realmente merezcan mis hijos y tus nietos.
¡Al gran pueblo argentino, Salud, carajo!

martes, 18 de mayo de 2010

Ocho de cien

Diez relatos, cortitos y al pie, de 100 palabras cada uno.

Nocturno a mi barrio
“Alguien dijo una vez
que yo me fui de mi barrio.
¿Cuándo?...¿ Pero cuándo?
si siempre estoy llegando”

Aníbal “Pichuco” Troilo armó una maleta llena de recuerdos, anécdotas, tristezas, amores, notas musicales y su bandoneón preferido y se fue volando para siempre. Alguien lo había escuchado decir: “Tengo unas ganas de morirme que ya no doy más”, y se murió nomás. Hoy, hace 35 años, nacía “El gordo inmortal”.
“Y si una vez me olvidé,
las estrellas de la esquina
de la casa de mi vieja,
titilando como si fueran manos amigas
me dijeron: Gordo…Gordo,
quedate aquí… quedate aquí”.


Mamá sucia
En la esquina de las avenidas Los Incas y Triunvirato hay una mamá joven, con panza divina y en punta. Se la ve tan bien, rozagante como una manzana de Ray Bradbury, dorada y al sol. Está parada y espera la luz verde del semáforo para cruzar la calle. Escucha música en su MP3/4. Despreocupada, saca un caramelo de la cartera de cuero curtido que le cruza la panza, le quita el papel y lo tira al piso, como si nada. A su lado un cesto de basura se mata de risa. Mamá sucia, ¿Qué aprenderá tu nené argentinit@?

Boletos y besos
Los días del boletero del 87 transcurren indolentes. Tiene una mirada triste y, aunque es joven, siempre lleva la misma sonrisa gastada. Sin embargo, a eso de las 15:30 horas, al morocho se le transforma la cara porque una rubia bajita y retacona sale del subte y se para en la cola del 87 para comprarle un boleto de $1,20. Y a él se le transforma la mirada y la sonrisa. Todo pasa en menos de un minuto. Ella se despide siempre con un “Hasta mañana”, y él se queda con la boca llena de besos para poblarle el escote.

Fuma, habla, come y se apunta
En la puerta del Banco Francés de San Telmo, un hombre de 50 y pico se apuntaba el cuello y el pecho con un 38 ¿Por qué? Su situación financiera era caótica, su ex mujer lo había echado de la casa, no tenía trabajo y necesitaba dinero para tratamientos médicos. Pasaron cuatro horas en las cuales José se apuntaba, comía caramelos, hablaba por celular y fumaba, todo junto. Funcionarios de Macri le prometieron soluciones de trabajo y salud. Entre cámaras, micrófonos y flashes, José entregó el arma y partió en ambulancia rumbo a lo desconocido. Nunca más supimos de él.

Mocosa Chanel
La Chica Chanel le cuenta –angustiada- a alguien por su Blackberry que el auto no arrancó y tuvo que tomar el subte. Tiene una cartera blanca di-vi-na con el logo de Chanel y unas sandalias haciendo juego. Huele al inconfundible Número 5. Muy lindo todo pero la chica fanática de Coco –tan fina ella- se olvidó los pañuelitos en la guantera del auto y por más que busca y busca en la cartera, no aparecen. Así que habla, aspira sin cesar moco y más moco; vuelve a hablar y vuelve a aspirar haciendo un ruido inmundo. Ojalá se baje pronto.


Enterrador enamorado
Todos los días compraba el diario y me lanzaba a la sección policial para ver si había novedades sobre el chino prófugo, pero ná de ná. El “Señor Hu” había asesinado a un par de coterráneos que trabajaban de esclavos en un taller textil que él dirigía, en un barrio del Gran Buenos Aires. Los había enterrado vivos. Esa mañana el matutino me contó: “El hombre fue apresado en la vía pública por personal de la Policía Federal en la provincia norteña. Se le reconoció porque en el brazo izquierdo tenía tatuado un tigre y la frase: “Rosa te amo”.

Mirada de Bernardo Gui
Hombre que fuma habano, que esconde rasgos detrás de barba poblada. Hombre de ojos profundos, viejos, que han vivido mucho, que ocultan cosas y que temen poco y nada.
Y sí, hay miradas que matan. Y hay muchos políticos que las llevan puestas. El viernes pasado Diego Fernández de Cevallos, mexicano de larga trayectoria del PAN y ex candidato presidencial, fue secuestrado en Querétaro. Hasta el día de hoy nada se sabe de él. Muchos lo dan por muerto.
Me pregunto qué vio el secuestrador o asesino cuando se cruzó por primera vez con los ojos de “El Jefe” Diego.

Adaptation
“Brainstorming” inconcluso de Charlie Kaufman en “Adaptation”: "Hay alguna idea original en mi cabeza, en mi cabeza calva. Tal vez, si fuera más feliz, no se me caería el pelo. La vida son dos días. Necesito vivirlos al máximo. Hoy es el primer día del resto de mi vida. Soy un tópico ambulante. Tengo que ir al médico a que me vea la pierna. Tengo algo, un bulto. He vuelto a llamar al dentista. Lo voy dejando. Si no dejara las cosas de un día para otro, sería más feliz. Me paso el día sin mover este culo de foca”.

martes, 11 de mayo de 2010

Hermanos cuervos

En Argentina es complicado ser hombre y que no te guste el fútbol. Y eso Alejo Bayote lo sabe en carne propia.
En su México natal, el yucateco entendía la pasión que se vive por el “soccer” pero nunca la sintió a flor de piel. Es más, se consideraba un ser apático y sin nexo alguno con el deporte del balón, y alguna vez alguien lo escuchó gritar a los cuatro vientos que el fútbol debía catalogarse en su tierra de temperaturas extremas “como un deporte de alto riesgo o como una putada del destino”.
Sin embargo, desde que llegó a Argentina su situación había cambiado. No es que se sintiera marginado por no ser fanático de tal o cual equipo, pero más de una vez lo miraron raro cuando lo invitaron a jugar al fútbol y alegó falta de condición física, interés o de botines (lo cual significa lo mismo); o cuando prefirió pasear un domingo en familia en lugar de ver un clásico por la tele.
Igualmente la vida de Bayote transcurría sin pena ni gloria y el tema fútbol no le quitaba el sueño, hasta que alguien lo puso contra las cuerdas.
Hace unos meses su pequeña retoña comenzó a perseguirlo por la casa con una pregunta constante: “¿Papi, vos de qué cuadro sos?”. Vale aclarar que, como parte de una forma de identificación y pertenencia a un grupo, a cierta edad los niños/as sudacas necesitan “ser” de tal o cual equipo de fútbol, en un principio del mismo equipo del padre de la familia. De ahí la necesidad imperiosa de la pequeña de identificarse con su progenitor, para luego armar un nexo con el resto de su pequeño universo.
Si la niña Bayote lo seguía por la casa con la pregunta punzante, el yucateco le cambiaba de tema, trataba de comprar el silencio de la inquisidora con dulces o directamente se hacía el muerto cuando ella se acercaba.
Pero nada servía. Entonces Bayote se sentó en pose de Pensador de Rodin y arrancó con sus cavilaciones sobre el fútbol. Estuvo así dos días corridos, sin comer y sin dormir. Luego de tamaño sacrificio llegó a profundas conclusiones. Lo primero que hizo fue descartar a Boca y a River.
El equipo Xeneize lo hartaba con eso de que “son un sentimiento”, “la mitad más uno”, y demás. A Bayote le molestaba que se sintieran "adictos a la victoria".
El equipo millonario le era totalmente indiferente y sólo le caía bien el estadio Monumental, donde cumplió su sueño dorado de ver a Soda Stereo. Con eso terminaba su pasión gallina.
Entonces pensó en el tango… “En San Juan y Boedo antiguo, cielo perdido…”; en el concepto del barrio porteño que tanto lo seduce y en dos colores que siempre llevó en el corazón sin saber hasta ahora porqué: el azul y el granate. Ahí se hizo la luz y apareció San Lorenzo de Almagro.
Eduardo Galeano dice que el fútbol bien jugado es una hermosa fiesta de los ojos que lo miran y de las piernas que lo juegan, una pasión humana que merece ser vivida. A Bayote la idea le inquietó el espíritu.
Fue así como se acercó a su compañero y periodista, cuervo desde la cuna, Eduardo Bejuk y le preguntó: Flaquito, ¿Qué es San Lorenzo?. El argentino, feliz de la vida con la pregunta, le respondió: “Vamos a la cancha el domingo para que vos lo vivas”. Y así fue.
Lo que Alejo Bayote vivió hace unos domingos atrás, en el estadio de San Lorenzo, cuando su equipo derrotó 3 a 0 a Huracán (partido superclásico), es algo que atesorará para siempre en su alma.
Eduardo, el flaquito, el hermano cuervo de Bayote de ahora en más y de por vida es, además de fanático de El Ciclón, periodista y escritor. Cuando le pedí que me contara con sus palabras qué vivió para él Bayote en el estadio, me envió el texto que a continuación copio, envuelto en una bandera azul y granate, que llegó volando una noche fria y estrellada y entró por la ventana de mi casa. Imposible no dejarlo textual:
"San Lorenzo, le quise explicar a Bayote sin explicárselo, no es un club de fútbol. Es el chori que nos comimos de parados, mientras la hinchada acomodaba los bombos al lado nuestro, mientras hablábamos de la vida y el sol nos pegaba en la frente. Es meternos en medio de la murga, donde nadie es rico ni pobre, alto ni bajo, gordo o flaco. Somos voces, multiplicadas para ser una, alegres de pura alegría. Saltamos (Alejo incluido). Agitamos las manos. Tenemos aguante. Aguante porque no nos importa si vamos a ganar o perder (de hecho, el Ciclón se arrastra entre los últimos puestos de la tabla), si juega Messi o nuestro amado Bernie Romeo (menos sutil que el tal Messi, pero con unos huevos que ni te cuento), si somos campeones o últimos. Importa que estamos ahí, en las buenas y en las malas, armando un carnaval inédito, contando nuestra historia de 100 años. San Lorenzo también es esa lluvia de papelitos que amanecen desde nuestras manos (un pibito le alcanzó un piloncito a Alejo), son los globos azules y rojos que inflamos, son las banderas gigantes (telones, en nuestro argot) que descienden y nos tapan las cabezas. Es el ingenio de los cantitos improvisados (y una nueva sonrisa, y vaya si valoro sonreír), es el primer gol a los Quemeros, el abrazo con Alejo, ahora mi hermano, más hermano que nunca, vamos mexicano carajo que esta tarde les rompemos el... Bueno. Es todo eso. Compartir un sentimiento tan puro que, dicta el código inquebrantable, supera el amor por la mismísima novia, de la cual se puede prescindir en cualquier momento y sin el más mínimo atisbo de culpa. Pero de los colores no. De eso no se prescinde. Eso no se cambia nunca. De la cuna hasta el cajón, cantan los muchachos, trepados al paravaalanchas y sudando su aliento. Para el tercer gol, Alejo ya terminó de entender. Y él mismo salta (hay que saltar/hay que saltar/el que no salta/es de Huracán), revolea la camiseta, se compra un souvenir para sobornar a algún sobrinito indeciso y... es feliz. Qué lo parió”.
Aunque los días pasaron, el yucateco todavía se emociona cuando piensa en la hinchada que lo abrazó, que lo recibió feliz a golpe de bombo y que hizo que su corazón cante, sin importar nacionalidad, bandera ni cultura. Y ahora la hija de Bayote ya está tranquila y se pasa el día dibujando escuditos con forma de corazones, a vivas rayas azules y granates.

lunes, 3 de mayo de 2010

Un whisky en el cielo

¿Qué se sentirá ser colectivero?
¿Qué se le cruza por la cabeza a ese hombre de uniforme azul, que timonea un volante grandote y lleva a un montón de gente de acá para allá, una y otra vez?
¿En qué piensa un colectivero mientras maneja?
El miércoles pasado el subte estaba interrumpido y yo tenía que llegar en un periquete a Malabia y Corrientes. Entonces me subí al 109, que me dejaría en la dirección exacta.
Como tenía media hora de trayecto, me puse a observar sin demasiado detenimiento (ya me ha pasado que no me doy cuenta y me quedo mirando a alguien o algo más de lo debido…) a mi alrededor. Y ahí apareció la escena.
Del lado derecho del chofer, a la altura de sus piernas y debajo de la máquina donde marcan los boletos (foto), había una especie de mesita con base espejada, cubierta cuidadosamente con un mantelito blanco, de puntillas. Sobre ella descansaban, en tamaño miniatura, dos botellas de whisky, un vaso y un cenicero. Todo vacío, como de juguete.
Uno miraba la escena del tipo al volante de la gran máquina, esquivando taxis e insultos, subiendo y bajando pasajeros y algo no cerraba ¿Qué hacían las botellitas, el vaso y el cenicero ahí?
No se puede negar que parte del folklore de los colectiveros argentinos es decorar su lugar de trabajo. Normalmente optan por banderines de clubes de fútbol, corazones de vidrio con nombres de féminas, peluches, calcomanías, estampitas religiosas, etc. Pero ¿Una mesita con botellas, vaso y cenicero? ¿Es adorno nada más? ¿Qué quiere recrear este hombre? ¿Está jugando o es de verdad la escena? ¿En qué cápsula del tiempo me metí? ¿El realismo mágico porteño existe?
Entonces me acordé del Capitán Beto.
El 1976, cuando Luis Alberto Spinetta armó la banda Invisible, compuso un tema grandioso que pasó a la historia. Se llamaba “El anillo del Capitán Beto”.
El Flaco se refería a él como “un astronauta argentino”, ex colectivero. La nave del Capitán Beto era de fibra de vidrio y fue hecha en Haedo, Buenos Aires. El comando estaba adornado con la foto de Carlitos (Gardel, ¿Quién otro?), un banderín de River Plate y la estampita (“triste”) de un santo.
En la cabina de la nave, Beto regaba los malvones y estaba triste, muy triste. Sin brújula y sin radio, hacía 15 años que navegaba por el espacio y su destino era “precario”. Para colmo, sabía que jamás volvería a la tierra y extrañaba todo, desde el silbido de un tango, hasta a su madre. “¿Por qué habré venido hasta aquí, si no puedo más de soledad, ya no puedo más de soledad?”, se preguntaba, amargado.
La historia no tiene un final feliz. El Capitán Beto tenía un anillo que lo inmunizaba de todo… Menos de la tristeza. Pero averíguenlo ustedes mismos (http://www.youtube.com/watch?v=hMoqcLAni28).
Y volví otra vez a la pregunta del millón “¿Qué se siente ser colectivero?” Vivir a diario la misma realidad transitada una y otra y otra y otra vez, monótona, gris, de un tiempo determinado, de recorrido que se repite hasta la finitud de la jornada laboral… Y vuelve a empezar.
El colectivero, como el Capitán Beto, se lanza todos los días al espacio y recorre su lugar en círculos, como perdido. Sale y regresa siempre al mismo sitio, sin chance de reinventarse en el trayecto. A lo sumo puede cambiar el ambiente exterior, claro. Un edificio nuevo en Córdoba y Lavalle, una marcha que corta el tránsito para hacer bilis, un accidente para recrear el morbo, unas chicas lindas que suben y lo saludan, pero nada más. Siempre hay que regresar al mismo y por el mismo lugar.
Y mañana otra vez.
Y al día siguiente…
Es como vivir en una burbuja que no va a ningún lado.
Y ahí está la mesita espejada con las botellas, el vaso y el cenicero. Quizás que esa recreación en la cabina del colectivero –como los malvones del Capitán Beto- sea “su” cable a tierra, como si llevara su casa a todos lados ¿Para no perderse? Es probable. Tal vez esa "instalación" tan fuera de contexto para mí, sea para el colectivero las miguitas de pan que le enseñan cómo regresar siempre a casa y no morir, como Beto, de tristeza.
Ya a esta altura del viaje y de mis cabilaciones, la angustiada era yo. Por el colectivero, por el Capitán Beto y por mí. Porque los tres somos argentinos y nos gusta ponernos tristes, aunque nos haga mal. Porque como resaltó el filósofo español José Ortega y Gasset hace casi un siglo, los argentinos tenemos un “fondo de descontento y tristeza, de extraña insatisfacción”, que acarreamos siempre, desde que nos emancipamos. Porque nuestro existir es un puro afán que se consume –como el viaje del colectivero, como el del Capitán Beto y quizás el mío también - en sí mismo sin llegar a su logro.
"¿Dónde está el lugar al que todos llaman cielo?", se preguntaba el Capitán Beto. Quizás que por buscarte, cielo, damos vueltas en círculos y nunca llegamos a ningún lado.

sábado, 24 de abril de 2010

La ciudad de la furia

Cuando llueve en la ciudad donde nací, hay olor a tierra mojada. En serio.
Recuerdo inviernos muy crudos. Nos levantábamos con mi hermana Sole para ir a la primaria y en la calle los charcos estaban escarchados. Volvíamos solas de la escuela en colectivo y, cuando éramos más grandes, en bici o caminando.
Nací en un lugar donde jugábamos en la calle hasta tarde. Uno se perdía en bicicleta y no hacía falta que te ubicaran por celular porque, tarde o temprano, encontrábamos el camino de vuelta. Cuando éramos adolescentes con Decu, mi mejor amigo varón, nos quedábamos hasta la madrugada tirados panza arriba en el pasto, mirando las estrellas y alucinando sueños guajiros.
Mercedes se llama la ciudad donde viví hasta los 19 años. Aunque está a sólo 100 kilómetros de Capital Federal (donde vivo ahora), es un lugar tranquilo, que le escapa a la locura de la City Porteña. Los fines de semana la gente pasea por el centro y las plazas se llenan de chicos. En el legendario bar "La Recova", frente a la Plaza San Martín y la Catedral, ponen mesitas afuera y en verano se pone re lindo.
Mercedes tiene mucho campo, vacas y una historia que data de principios de 1800. Cuenta con numerosas escuelas (públicas y privadas), Tribunales, Curia y hasta una sede regional de la Universidad de Buenos Aires.
Como es un lugar chico, la gente se conoce y la mayoría está al tanto de la vida del otro. De lo bueno y lo malo. En una ciudad así es probable que fulano haya estudiado con mengano hace 30 años y ahora sus hijos compartan banco en la escuela con sultanito, novio de la hija de mengano y primo lejano de fulano. Dicen que el mundo es un pañuelo…
En “190 formas de ser mercedino” (está en Facebook), el escritor mercedino Hernán Casciari nos describe de una manera divertidísima: “El mercedino cartógrafo: incapaz de dar una dirección diciendo la calle y el número. Si un forastero le pregunta dónde queda la Municipalidad, no responde calle 29 nº 555. Dice:'Agarre por ahí como yendo al Molino Cores, y dobla justo donde lo mataron a Liberanome; después le mete derecho como quien va al Capurro hasta que se encuentra una casa grande... Ahí es'”.
Mucha gente que conozco estudió y/o trabajó en Capital Federal y luego, cuando formó su familia, regresó a Mercedes para criar a sus hijos en una casa grande, al aire libre, sin tanto stress. En definitiva, buscaron lo que ellos vivieron cuando eran chicos. Otros eligieron no irse nunca.
Hoy hace dos semanas Mercedes fue noticia. En este caso no fue por la Fiesta del Salame ni porque coronaron a la Reina del Durazno. Un grupo de chicos mercedinos de entre 17 y 20 años mató a golpes, patadas y cintarazos a un chico de 26 años, oriundo de Olavarría, Buenos Aires. José Darío Duarte había entablado conversación con dos chicas mercedinas en el boliche Le Front (foto) y, cuando salió, el grupo de chicos lo abordó. Sin demasiadas palabras, comenzó a agredirlo. Literalmente lo reventaron a golpes y se fueron.
José quedó tirado en la calle hasta que una ambulancia lo vino a buscar. Peleó por su vida dos días hasta que colgó los guantes. Ahora descansa en su tierra, de donde había salido hace poco más de un mes para trabajar en Mercedes.
Dicen que hay detenidos. También hay manifestaciones y marchas en repudio al crimen. Trascendió que los chicos asesinos van a un colegio católico y, supuestamente vienen de “familias bien”, de casas donde se debería enseñar muchas cosas, menos lo que hicieron.
Esto no fue una novedad para mí. No presencié nunca muertes, pero a pesar de que le llevo 20 años a los chicos asesinos, también viví situaciones sumamente violentas a la salida de bares o boliches. Y no siempre de 10 contra 10. La desventaja era una constante. Y si no eras de ahí, mejor andar acompañado…
Mercedes es un lugar lindo y tranquilo para vivir. Sin embargo existe una violencia subcutánea que ahoga. Ayer y hoy, y ojalá que nunca más.
Hay que aprender a escarbar un poco -aunque no guste y aunque duela- para ver qué hay debajo de todo esto. Hay que preguntarse qué le enseñamos a los chicos no sólo en la escuela, sino en el primer hogar, entre esas cuatro paredes donde aprendemos a comer y a caminar. Donde nos dan el primer beso y abrazo y donde nos retan si nos portamos mal. Aprendamos a preguntarnos quiénes son nuestros viejos y qué fue de nuestros abuelos. Y, porqué no, si nuestros viejos o abuelos alguna vez vivieron una situación tan horrenda como la que ocurrió hace 15 días. Seamos autocríticos y críticos. Averiguemos si es necesario vivir así o de otra forma, una sin duda mejor. La punta de ovillo la tenemos ahí, ante nuestros ojos.
José Darío Duarte, que en paz descanses.