De cómo nos vemos cuando nos vamos y también cuando volvemos. Los que se quedaron dicen que somos los mismos pero no, estamos cambiados... Y ellos también. Reflexiones de una chica que volvió a su terruño pero que, sin embargo, sigue en tránsito perpetuo. En este espacio todo vale, menos quedarse quieto…

jueves, 2 de agosto de 2012

Despelotados




Para Alejo Bayote, 
Julia y Martín, según
el orden de llegada..

Me preocupa.

Somos dos adultos de 40 años que estamos criando hijos desordenados. 

Muy.

Somos dos huevones de casi medio siglo que se ponen locos cuando no encuentran las cosas que dejaron "vaya uno a saber dónde", que dan vuelta la casa para buscar un chupete, un papel importante, una media, un pisapapa, el hipoglós, el quitesmalte, el último rollo de papel Higiénico, etc, etc, etc..

Y sigo preocupada.

Hasta ahora lo peor que perdí fue un mate. Fue hace poco. Me hice unos verdes en mi tacita de losa azulada que me acompaña desde hace añares. Bueno, hete aquí que 
cuando lo fui a buscar para vaciarlo y lavarlo…. Había desaparecido.

O sea, no salí a la calle a tomar mate como uruguaya.

Vivo en un departamento de 60 metros cuadrados como mucho.

Estuve tomando mate sentada en la compu.

Entonces… ¿Adónde se fue?

Dimos vuelta la casa. Buscamos en los lugares más recónditos e inimaginables pero el mate de losa azulado no apareció.

Y soy mala, eh… ¿Saben lo que hago? Le echo la culpa al chiquito de año y medio, quien últimamente anda con la onda de agarrar cosas y esconderlas. Claro, como no tiene edad de hacerse cargo (Pregunta: ¿Dónde pusiste esto, Martín? Repuestas posibles: a)Me ignora y se va b) Me responde con palabras como tucutá, petapeteta, etc c) Me lleva de la mano a un sitio determinado donde hay galletitas, banana o jugo), es imposible que coopere.

Sin embargo la culpa seguro que fue de él. Después de una exhaustiva reconstrucción del hecho (la pérdida), suponemos que tiró el mate a la basura y yo cerré la bolsa y la llevé a la calle sin mirar si estaba mi querido mate adentro.

Pero así no podemos vivir. No señor.

Porque el desorden que engendramos ya está dando frutos en Julia, de seis años. 

Cuando la nena me ve ordenando y limpiando frenéticamente y pidiéndoles a todos que “cooperen, yo no soy la única que vive acá, se los pide p-o-r-f-a-v-o-r”, ella me pregunta: “¿Por qué ordenás, mami? ¿Quién viene de visita?”.

No se puede vivir así.

Ahora la nueva metodología de orden que implementé es la siguiente:
“No quiero ver más nada en el suelo. Se veo algo tirado, se va derechito a la basura. Las únicas excepciones seremos nosotros, si nos caemos”.

Pero no me da muy buenos resultados, realmente. Y el caos sigue. Ojo, no somos mugrientos, eh… Tampoco vivimos obsesionados por la limpieza, eso es evidente. De repente nos agarran ataques minimalistas y queremos resumir nuestra vida en tres cosas locas. Y empezamos a deshacernos de objetos pero -a pesar de no ser acumuladores como los que muetran en el canal Discovery Home and Health- cómo nos cuesta desprendernos, por favor. Y los nenes son un calco nuestro, obvio.

Ayer, por no ir más lejos, perdí la billetera. Inmediatamente exigí colaboración del grupo familiar para buscarla, porque la cosa es así: uno pierde algo en casa pero todos son responsables, no importa edad, estado civil o género. Todos se hacen cargo. La tarde anterior había ido al súper con los nenes, después a comprar un cuaderno que no conseguí y volvimos a casa. Julia me juró y requetecontra juró que  vio la billetera en mi cartera, en casa, y que luego la recordaba arriba de la mesa del comedor. Entonces fue fácil hacer cargo de la desaparición al chiquito. Todos levantamos nuestro dedo acusador y dijimos: “Seguro que él la agarró y vaya a saber dónde la puso”. Él nos miraba con cara de pocos amigos y realmente colaboró poco y nada en la búsqueda.

Dimos vuelta la casa otra vez. Busqué en lugares como el desague del baño (ahí ya encontré cosas que Martín tiró), revolví la basura, rastreé minuciosamente debajo de las camas y atrás del sofá, entre los libros de la biblioteca, en las alacenas de la cocina, adentro de la heladera…. Pero nada…

Y a llamar al banco y dar de baja la tarjeta, claro.

Hoy el kioskero de la vuelta de casa –donde no encontré ayer el cuaderno que buscaba- me dijo: “La dejaste arriba del mostrador cuando te fuiste”. Respiré profundamente, lo abracé y puteé por haber dado de baja la tarjeta de débito, ya que la nueva tardará más de 10 días hábiles en llegar a mí.

Ahora transito instantes de introspección y me pregunto:
¿Siempre fui así?
Vengo de una casa con madre ordenada, ¿Cuándo perdí el norte?
¿Es culpa de Alejo Bayote?
Realmente él era despelotado antes de conocerme y conserva después de 12 años de convivencia ciertos tintes machistas en cuanto al orden (yo puedo ordenar, él no. Dice que no le quita el sueño el desorden pero se pone como loco cuando no encuentra algo y empieza a las puteadas).

¿Cómo debemos reformarnos para darle un buen ejemplo a los niños?
Julia sólo ordena bajo el lema: “Lo hago si vos me ayudás”. Es un círculo vicioso porque ella hace caso omiso al hecho de que a mi tampoco me gusta ordenar.

Por su parte, Martín aprendió en el jardín la canción:

“A guardar, a guardar
cada cosa en su lugar
despacito y sin romper
que mañana hay que volver”

Entonces el tipito saca todo de una caja (si son muchas piezas chicas es más feliz), las desparrama por todos los pisos, junta tres o cuatro mientras menea su pequeña anatomía y canta “A guadá, a guadá” y ya está. Eso fue todo. Le digo: “No, mirá te falta juntar estos”, y él se ríe y se va. Tampoco le interesa si a mí me gusta o no hacerlo.

Creo que no tenemos cura.

El otro día con Alejo vimos la película de yonkis “Spun” y decíamos con tintes fatalistas: “Algunos días vivimos como yonkis pero sin metanfetaminas, promiscuidad y sin tanta mugre”. Un horror de autocrítica.

¿Qué facciamo, entonces?

Vamos a empezar por sacarnos la careta.

Nos gusta desayunar los fines de semana los cuatro en la cama grande y no nos importa si se chorrean el mate o la leche, si se llenan de migas las sábanas o si el alcolchado se mancha de dulce de leche o crema pastelera.

Cuando escribimos, dibujamos, diseñamos, hacemos manualidades o jugamos (cada actividad a quien le corresponda) no vemos el desorden porque se esfuma, se hace invisible o se escapa por la ventana, que se yo. Entonces nuestras neuronas y nuestro corazón le dan rienda suelta a la imaginación… ¡Y la pasamos tan bien!

Cuando terminamos de cenar y los chicos se van a dormir, no nos importa que los platos se queden sucios hasta el otro día en la bacha, si ese día estrenan un episodio de una de nuestras series favoritas o bajamos una peli que nos encanta. En realidad, los platos quedan siempre para el otro día porque siempre hay cosas más interesantes para hacer que lavarlos.

Y realmente cuando perdemos algo y lo encontramos, nos invade una felicidad tan grande que nos sentimos como el inválido que largó la silla de ruedas o el ciego al que le sacaron la venda y ve por primera vez. Es como renacer.

..Y en esos instantes mágicos nos juramos una y mil veces: “Ahorita voy a ser más ordenad@”, aunque eso nos dure como un pedo en una canasta.




jueves, 12 de julio de 2012

Rolinguismos

Ellos saben que es sólo Rock and Roll
Pero lo aman...
Entonces se enfundan en esos jeans rotos,
Se calzan la campera más ceñida
Y se ajustan las Topper.
Ella se plancha el flequillo,
Él se ata el pañuelo-torniquete,
Y los dos se acomodan -como crucifijo- la lenguita al cuello.
La tribu urbana los espera, los reclama.       
Ellos sienten simpatía por el diablo,
no pueden tener satisfacción 
y algunas veces todo lo pintan de negro.
Sin embargo no paran, 
Van sobre caballos salvajes
derribando montañas de azúcar marrón,
sin lágrimas, sobre calles de amor.
Quieren encenderse y jugar con fuego 
Pero la lluvia cae...
Aunque hoy nada les importa.
Porque a pesar de no tener siempre lo que quieren
Algunas veces lo logran,
a puro dogma rolinga de rock.




miércoles, 4 de julio de 2012

"Años de soledad"

De una y mil formas me imaginé siempre cómo Astor Piazzolla y Gerry Mulligan grabaron "Reunión cumbre".

 Dicen por ahí que fue en 1974 y que el saxofonista barítono oriundo de New York convocó al bandoneonista argentino. Pero eso es un dato duro para mí.

 Yo alucino con el encuentro, con la primera vez en el set de grabación. Me entrego a imaginarlos pariendo los temas, en medio de charlas, humo y bebidas. Los pienso discutiendo, elogiándose mutuamente y viviendo -cada uno por su lado- la pasión en la cabeza y en la piel de escuchar al otro. De sentir al otro en el alma.

 Un Gerry de 47 años y melena de león se contornea con su saxo barítono esquivando la melodía triste.

Astor, por su parte, irrumpe para desbaratarlo todo bordeando la belleza con un fueye sabiondo. Ya tiene 53 años y pareciera que si se suelta del bandoneón, se va volando...

 Pero no. Ahí están y allí estarán siempre. "Años de soledad" es uno de los temas que más me gustan porque siento que es muchas cosas juntas. El disco lo compré en Buenos Aires, en los años noventa (ellos lo grabaron cuando yo tenía 2 años).

La primera vez que lo escuché lloré de nostalgia. Me sentí exiliada, carente de mate y de adoquín. Extrañé sin irme. Una locura tremenda.

Del 2001 al 2006 la cosa se puso densa. Escuché "Años de soledad" miles de veces y ahí lloré con causa: Vivía en México y extrañaba como loca el mate compartido y todas esas cosas que se quedan irreversiblemente lejos cuando uno se va.

 Desde 2007 estoy de vuelta. Sin embargo y aunque haya vivido y entendido la nostalgia, "Años de soledad" me hace llorar hoy como ayer. Como siempre. La escucho y pienso en en el mate, el adoquín, dormir en hamaca, el mar mexicano, la cerveza yucateca compartida y todo se me hace un lío de nostalgia en la cabeza y en el cuore. Un bardo sin sentido.

 Hoy hace 20 años que Astor se murió. Mi hija me ve llorar mientras escucho "Años de soledad" y me pregunta qué me pasa. No puedo decirle que extraño porque no es cierto, sin embargo este tema me hace sentir "como vaca sin cencerro". Pero como esto es demasiada información para una nena de seis años con una madre perdida, sólo le digo:

  "A veces la música emociona. Algún día te va a pasar".

 Y ahí me quedo extraviada un tiempo.
 En mitad de la nada.
Durante años.
De soledad.

 

jueves, 26 de enero de 2012

Hoy somos todos cronopios


(El texto que sigue abajo lo escribí para el fin de curso de preescolar de Julia, en diciembre pasado. No lo pude leer porque la emoción me jugó una mala pasada. Se los pasé a los papás por mail y ahora -tarde pero seguro-lo comparto con ustedes. Ojalá les guste).


HOY SOMOS TODOS CRONOPIOS


Dice el escritor Julio Cortázar en “Educación de Príncipe”:

“Los cronopios no tienen casi nunca hijos, pero si los tienen, pierden la cabeza y ocurren cosas extraordinarias. Por ejemplo, un cronopio tiene un hijo, y en seguida lo invade la maravilla y está seguro de que su hijo es el pararrayos de la hermosura y que por sus venas corre la química completa con aquí y allá istas llenas de bellas artes y poesía y urbanismo. Entonces este cronopio no puede ver a su hijo sin inclinarse profundamente ante él y decirle palabras de respetuoso homenaje”.

Hoy somos todos cronopios.

Cronopios a los que les cuesta horrores decir adiós, porque no nacimos para despedirnos y cuánto más viejos nos ponemos, la cosa empeora.

Hace cinco o seis años trajimos al mundo a estos cronopitos: personitas suaves y tiernas, con olor a leche tibia, de sueño liviano y llantitos incomprensibles.
Los ayudamos a crecer al calor de nuestro pecho, les enseñamos todo lo que pudimos y cómo pudimos y ahora, de golpe y porrazo, esos cronopios son grandes. Los más grandes.
En una vida que supera apenas el lustro, estas personitas se llevan también mucho del jardín, donde pasaron, en la mayoría de los casos, gran parte de sus vidas. Más allá de aprender lo estrictamente escolar, conservan tres tesoros gigantes e invaluables: horas de juego, el cariño de las seños y un montón de amigos.
Y como no sabemos todo aunque seamos grandes, ellos también nos enseñan a nosotros, sus papás, a diario un montón de cosas.

-Gracias a ellos aprendemos que lo importante no es estrictamente lo que creemos, sino otro montón de cosas que caben en un abrazo, un sonrisa o una ocurrencia dicha o hecha en el momento preciso.

- Nos enseñan que, en el momento menos pensado, nos podemos transformar en princesas o reyes, Messis o superhéroes. Sólo nos basta un abrir y cerrar de ojos.

-Son un ejemplo a seguir porque no juzgan al “divino cuete”, como muchas veces hacemos los adultos. Así de chiquitos que son, saben que eso sirve poco y nada. Es mejor usar ese tiempo para cosas más importantes como jugar, ver tele, disfrutar de un cuento antes de dormirnos o tomar un helado a la tardecita.


-Y aunque nosotros mismos les enseñamos que “hay que compartir”, muchas veces ellos nos muestran que caemos en contradicciones cuando hacemos todo lo contrario y sólo nos encerramos en nuestro mundo. Ellos todavía pueden entrar y salir de ahí cuando les da la gana.

-Y también saben que discutir no nos lleva muy lejos porque no siempre resuelve situaciones. Tenemos que aprender a ponernos de acuerdo, a ceder, a negociar, a plantear alternativas. Primero por nosotros y luego por ellos. Siempre hay chance de mejorar todo, aunque nos cueste creerlo.

-Y si creemos que les damos tiempo de calidad y ellos todavía nos reclaman atención: cuidado. No sólo la calidad cuenta, la cantidad también y ellos lo saben perfectamente.

BAILEMOS CON ELLOS, CANTEMOS JUNTOS, SALTEMOS CHARCOS, CONTEMOS ESTRELLAS, INVENTEMOS FIGURAS CON LAS NUBES, DISFRACÉMONOS, JUEGEMOS AL VEO VEO, PATEEMOS PENALES ETERNOS, PASEMOS MUCHAS RISAS CON NUESTROS HIJOS… Porque el tiempo pasa volando, porque ayer nacieron y ya terminan el jardín, porque antes necesitaban de nosotros para todo y ahora, cada día, son más independientes y sabios.

Felicidades, queridos cachorros. Terminan una etapa maravillosa para empezar otra llena de emociones.
Y como hacen los cronopios, nos inclinamos ante ustedes con profunda emoción y alegría para expresarles con palabras grandilocuentes todo lo que sentimos:

LOS AMAMOS CON TODO EL CORAZÓN.

Cecilia
(Mamá de Julia).
16/12/2011.