Para Alejo Bayote,
Julia y Martín, según
el orden de llegada..
Me
preocupa.
Somos
dos adultos de 40 años que estamos criando hijos desordenados.
Muy.
Somos
dos huevones de casi medio siglo que se ponen locos cuando no encuentran las
cosas que dejaron "vaya uno a saber dónde", que dan vuelta la casa para buscar un
chupete, un papel importante, una media, un pisapapa, el hipoglós, el
quitesmalte, el último rollo de papel Higiénico, etc, etc, etc..
Y
sigo preocupada.
Hasta
ahora lo peor que perdí fue un mate. Fue hace poco. Me hice unos verdes en mi
tacita de losa azulada que me acompaña desde hace añares. Bueno, hete aquí que
cuando lo fui a buscar para vaciarlo y lavarlo…. Había
desaparecido.
O
sea, no salí a la calle a tomar mate como uruguaya.
Vivo
en un departamento de 60 metros cuadrados como mucho.
Estuve
tomando mate sentada en la compu.
Entonces…
¿Adónde se fue?
Dimos
vuelta la casa. Buscamos en los lugares más recónditos e inimaginables pero el
mate de losa azulado no apareció.
Y
soy mala, eh… ¿Saben lo que hago? Le echo la culpa al chiquito de año y medio,
quien últimamente anda con la onda de agarrar cosas y esconderlas. Claro, como
no tiene edad de hacerse cargo (Pregunta: ¿Dónde
pusiste esto, Martín? Repuestas posibles:
a)Me ignora y se va b) Me responde con palabras como tucutá, petapeteta, etc c)
Me lleva de la mano a un sitio determinado donde hay galletitas, banana o jugo), es imposible que coopere.
Sin
embargo la culpa seguro que fue de él. Después de una exhaustiva reconstrucción
del hecho (la pérdida), suponemos que tiró el mate a la basura y yo cerré la
bolsa y la llevé a la calle sin mirar si estaba mi querido mate adentro.
Pero
así no podemos vivir. No señor.
Porque
el desorden que engendramos ya está dando frutos en Julia, de seis años.
Cuando
la nena me ve ordenando y limpiando frenéticamente y pidiéndoles a todos que
“cooperen, yo no soy la única que vive acá, se los pide p-o-r-f-a-v-o-r”, ella
me pregunta: “¿Por qué ordenás, mami? ¿Quién viene de visita?”.
No
se puede vivir así.
Ahora
la nueva metodología de orden que implementé es la siguiente:
“No
quiero ver más nada en el suelo. Se veo algo tirado, se va derechito a la
basura. Las únicas excepciones seremos nosotros, si nos caemos”.
Pero
no me da muy buenos resultados, realmente. Y el caos sigue. Ojo, no somos mugrientos,
eh… Tampoco vivimos obsesionados por la limpieza, eso es evidente. De repente
nos agarran ataques minimalistas y queremos resumir nuestra vida en tres cosas
locas. Y empezamos a deshacernos de objetos pero -a pesar de no ser acumuladores
como los que muetran en el canal Discovery Home and Health- cómo nos cuesta
desprendernos, por favor. Y los nenes son un calco nuestro, obvio.
Ayer,
por no ir más lejos, perdí la billetera. Inmediatamente exigí colaboración del
grupo familiar para buscarla, porque la cosa es así: uno pierde algo en casa
pero todos son responsables, no importa edad, estado civil o género. Todos se
hacen cargo. La tarde anterior había ido al súper con los nenes, después a
comprar un cuaderno que no conseguí y volvimos a casa. Julia me juró y
requetecontra juró que vio la billetera en mi cartera, en casa, y que
luego la recordaba arriba de la mesa del comedor. Entonces fue fácil hacer
cargo de la desaparición al chiquito. Todos levantamos nuestro dedo acusador y
dijimos: “Seguro que él la agarró y vaya a saber dónde la puso”. Él nos miraba
con cara de pocos amigos y realmente colaboró poco y nada en la búsqueda.
Dimos
vuelta la casa otra vez. Busqué en lugares como el desague del baño (ahí ya
encontré cosas que Martín tiró), revolví la basura, rastreé minuciosamente
debajo de las camas y atrás del sofá, entre los libros de la biblioteca, en las
alacenas de la cocina, adentro de la heladera…. Pero nada…
Y
a llamar al banco y dar de baja la tarjeta, claro.
Hoy
el kioskero de la vuelta de casa –donde no encontré ayer el cuaderno que
buscaba- me dijo: “La dejaste arriba del mostrador cuando te fuiste”. Respiré
profundamente, lo abracé y puteé por haber dado de baja la tarjeta de
débito, ya que la nueva tardará más de 10 días hábiles en llegar a mí.
Ahora
transito instantes de introspección y me pregunto:
¿Siempre
fui así?
Vengo
de una casa con madre ordenada, ¿Cuándo perdí el norte?
¿Es
culpa de Alejo Bayote?
Realmente
él era despelotado antes de conocerme y conserva después de 12 años de
convivencia ciertos tintes machistas en cuanto al orden (yo puedo ordenar, él
no. Dice que no le quita el sueño el desorden pero se pone como loco cuando no
encuentra algo y empieza a las puteadas).
¿Cómo
debemos reformarnos para darle un buen ejemplo a los niños?
Julia
sólo ordena bajo el lema: “Lo hago si vos me ayudás”. Es un círculo vicioso
porque ella hace caso omiso al hecho de que a mi tampoco me gusta ordenar.
Por su parte, Martín
aprendió en el jardín la canción:
“A guardar,
a guardar
cada cosa en
su lugar
despacito y
sin romper
que mañana
hay que volver”
Entonces
el tipito saca todo de una caja (si son muchas piezas chicas es más feliz), las
desparrama por todos los pisos, junta tres o cuatro mientras menea su pequeña
anatomía y canta “A guadá, a guadá” y ya está. Eso fue todo. Le digo: “No, mirá
te falta juntar estos”, y él se ríe y se va. Tampoco le interesa si a mí me
gusta o no hacerlo.
Creo
que no tenemos cura.
El
otro día con Alejo vimos la película de yonkis “Spun” y decíamos con tintes
fatalistas: “Algunos días vivimos como yonkis pero sin metanfetaminas,
promiscuidad y sin tanta mugre”. Un horror de autocrítica.
¿Qué
facciamo, entonces?
Vamos
a empezar por sacarnos la careta.
Nos
gusta desayunar los fines de semana los cuatro en la cama grande y no nos
importa si se chorrean el mate o la leche, si se llenan de migas las sábanas o
si el alcolchado se mancha de dulce de leche o crema pastelera.
Cuando
escribimos, dibujamos, diseñamos, hacemos manualidades o jugamos (cada
actividad a quien le corresponda) no vemos el desorden porque se esfuma, se
hace invisible o se escapa por la ventana, que se yo. Entonces nuestras neuronas y
nuestro corazón le dan rienda suelta a la imaginación… ¡Y la pasamos tan bien!
Cuando
terminamos de cenar y los chicos se van a dormir, no nos importa que los platos
se queden sucios hasta el otro día en la bacha, si ese día estrenan un episodio
de una de nuestras series favoritas o bajamos una peli que nos encanta. En
realidad, los platos quedan siempre para el otro día porque siempre hay cosas
más interesantes para hacer que lavarlos.
Y
realmente cuando perdemos algo y lo encontramos, nos invade una felicidad tan
grande que nos sentimos como el inválido que largó la silla de ruedas o el
ciego al que le sacaron la venda y ve por primera vez. Es como renacer.
..Y
en esos instantes mágicos nos juramos una y mil veces: “Ahorita voy a ser más
ordenad@”, aunque eso nos dure como un pedo en una canasta.