jueves, 29 de julio de 2010
jueves, 15 de julio de 2010
De preguntas y respuestas

Las preguntas las hace Julia, mi hija, de cuatro años y cinco meses, mientras hurga con la punta del dedo el plástico helado que cubre a los pollos del Carrefour.
Mi problema no radica -en primera instancia- en qué y cómo responderle, sino en tratar de quitar de mi cabeza voladora la imagen de una hilera de pollos sufridos, inertes, con los ojos vendados, frente a un pelotón de fusilamiento.
Ante sus cuestionamientos, mis respuestas no se hacen esperar, casi siempre. Pensamos que cuando vino la pregunta de “cómo el papá le ponía la semillita a la mamá en la panza” (tenía tres años), la situación se nos iba a complicar demasiado, pero mi amiga Pamela –psicóloga- nos sacó las papas del fuego. Me sugirió: “Preguntale vos a ella: ‘¿Cómo creés vos que le pone la semillita’?” Santo remedio: ese día Julia me miró con una gran cara de obviedad, revoleó sus ojos negros y me contestó sin chistar: “Y, por el ombligo, mamá, ¿por dónde va a ser?”. Piuf, respiramos… Hasta que vuelva al ruedo. Pero ya será más grande y estará lista para nuevas respuestas.
Y ahí vamos…Como dice Cerati (¡Fuerza Gus!). No es tan complicado como creía, realmente. Y siempre estamos dispuestos a contestar para que ella (ellos próximamente) tengan un mundo mejor. Sin embargo hay preguntas que me carcomen las entrañas porque ni yo tengo respuesta. Y eso está cabrón.
"¿Porqué hay nenes pobres?" Me preguntó el otro día cuando bajamos a tomar el subte y vio a una familia durmiendo en la calle.
O cuando viajábamos en colectivo y subió un niño unos pocos años mayor que ella a vender estampitas. Entonces me preguntó: “¿Por qué trabaja ese nene?”
Está tan mal lo que ves, nenita. Así no deberían ser las cosas, nunca. Porque no tendría que haber chicos pobres, con frío y hambre. Menores que no tienen una cama limpia y caliente, ni papás sin trabajo ni mucho menos familias sin amor para crecer con la panza llena y el corazón contento. Tampoco tendría que haber niños que trabajen, explotados; ni chicos golpeados, ni abusados ni torturados….
Se lo gritaría en la cara, pero no puedo. Entonces ¿Cómo y qué le explico, carajo? Lo hago, en definitiva lo hago, pero se me hace un nudo en la garganta y tengo que aparentar optimismo, que todo saldrá bien y me cuesta mucho, muchísimo… Entonces intento salir ilesa pero, como dije, “casi” puedo…
En mi país faltan un millón de cosas para que las cosas medianamente funcionen, para que Julia y todos los chicos tengan un país mejor cuando sean grandes. Sin embargo hoy desperté optimista cuando supe que el Congreso Nacional había aprobado, mientras dormíamos, la Ley del Matrimonio Gay, porque considero que, como norma jurídica, significa Igualdad (¡con mayúsculas y en negritas!) y creo que es una forma de comenzar a hacer una nación que mira para adelante.
El tema fue, es y será debate, claro. Hoy mismo me pasó. Almorzaba con una compañera de trabajo, madre ella, preocupada por los gays (parecían acosarla en sus pensamientos, mientras surgían, como nunca, de hasta debajo de las piedras para casarse y adoptar niños repartidos como manojos de globos por jueces indecentes) y por las explicaciones que, como progenitora, deberá darle a sus hijas. Entonces pensé que, aunque trabajamos juntas, vivimos en la misma ciudad y en el mismo país, un universo cultural nos separa a su familia de la mía. Porque yo podré responder tranquila, segura, con los pulmones llenos de optimismo, cuando Julia me pregunte –si es que lo hace- porqué dos hombres se casan o porqué tal niño tiene dos mamás. Y le hablaré seguramente de la diversidad y de la igualdad, de derechos y obligaciones, mientras ella crece, yo crezco y rumbeamos juntas y de a poquito hacia un mundo mejor.
lunes, 5 de julio de 2010
Calambre en el alma
*
"Entre el turista y el viajero la primera diferencia reside en parte en el tiempo. Mientras el turista, por lo general, regresa a casa al cabo de algunos meses o semanas, el viajero, que no pertenece más a un lugar que al siguiente, se desplaza con lentitud durante años de un punto a otro de la tierra.
El turista acepta su propia civilización sin cuestionarla y el viajero la compara con las otras y rechaza los aspectos que no le gustan."(**)
Algunos días estoy, pero no.
O sea: como, camino, leo, río, me quejo, charlo, comparto, peleo y beso, pero en definitiva no soy yo realmente. No estoy auténtica al 100 por ciento ¿Alguna vez les pasó?
Dejo la cara y me voy… Vaya a saber dónde. En mi caso no es un estado ideal porque, en el fondo, no lo disfruto. Son días de introspección y, en la mayoría de los casos, “de angustia al divino cuete”, como decía el gran Cronopio Julio Cortázar. Pienso, pienso y pienso, me siento ansiosa sobre diferentes situaciones, quiero hacer todo y no hago nada y me entra una tristeza celeste que siempre tiene sueño.
Pero sé que esos días no son para tirar a la basura porque siempre algo traen para dejarme entre manos. Cuando pasan me duelen, me hacen mella pero, cuando se están por ir (lo percibo en cada célula) enciendo mis antenitas de vinil, pongo todos mis sentidos alerta y siempre me quedo con algo en limpio. Algo bueno, que me sirve.
Hoy estoy en esos días y todavía no tengo las ideas muy en claro, para ser franca. Pero no importa, mejor voy pasito a paso. Por ahora encontré a Paul Bowles y a Natascha Rosenberg -él con una frase y ella con una ilustración- que me hicieron latir fuerte el corazón. Hoy siento que lo que él escribió en “El cielo protector”(**) fue creado para la ilustración que ella hizo en "The pursuit of happiness"(*).
Y siento que los dos me hablan, aquí y ahora.

El turista acepta su propia civilización sin cuestionarla y el viajero la compara con las otras y rechaza los aspectos que no le gustan."(**)
Algunos días estoy, pero no.
O sea: como, camino, leo, río, me quejo, charlo, comparto, peleo y beso, pero en definitiva no soy yo realmente. No estoy auténtica al 100 por ciento ¿Alguna vez les pasó?
Dejo la cara y me voy… Vaya a saber dónde. En mi caso no es un estado ideal porque, en el fondo, no lo disfruto. Son días de introspección y, en la mayoría de los casos, “de angustia al divino cuete”, como decía el gran Cronopio Julio Cortázar. Pienso, pienso y pienso, me siento ansiosa sobre diferentes situaciones, quiero hacer todo y no hago nada y me entra una tristeza celeste que siempre tiene sueño.
Pero sé que esos días no son para tirar a la basura porque siempre algo traen para dejarme entre manos. Cuando pasan me duelen, me hacen mella pero, cuando se están por ir (lo percibo en cada célula) enciendo mis antenitas de vinil, pongo todos mis sentidos alerta y siempre me quedo con algo en limpio. Algo bueno, que me sirve.
Hoy estoy en esos días y todavía no tengo las ideas muy en claro, para ser franca. Pero no importa, mejor voy pasito a paso. Por ahora encontré a Paul Bowles y a Natascha Rosenberg -él con una frase y ella con una ilustración- que me hicieron latir fuerte el corazón. Hoy siento que lo que él escribió en “El cielo protector”(**) fue creado para la ilustración que ella hizo en "The pursuit of happiness"(*).
Y siento que los dos me hablan, aquí y ahora.
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