
Recuerdo inviernos muy crudos. Nos levantábamos con mi hermana Sole para ir a la primaria y en la calle los charcos estaban escarchados. Volvíamos solas de la escuela en colectivo y, cuando éramos más grandes, en bici o caminando.
Nací en un lugar donde jugábamos en la calle hasta tarde. Uno se perdía en bicicleta y no hacía falta que te ubicaran por celular porque, tarde o temprano, encontrábamos el camino de vuelta. Cuando éramos adolescentes con Decu, mi mejor amigo varón, nos quedábamos hasta la madrugada tirados panza arriba en el pasto, mirando las estrellas y alucinando sueños guajiros.
Mercedes se llama la ciudad donde viví hasta los 19 años. Aunque está a sólo 100 kilómetros de Capital Federal (donde vivo ahora), es un lugar tranquilo, que le escapa a la locura de la City Porteña. Los fines de semana la gente pasea por el centro y las plazas se llenan de chicos. En el legendario bar "La Recova", frente a la Plaza San Martín y la Catedral, ponen mesitas afuera y en verano se pone re lindo.
Mercedes tiene mucho campo, vacas y una historia que data de principios de 1800. Cuenta con numerosas escuelas (públicas y privadas), Tribunales, Curia y hasta una sede regional de la Universidad de Buenos Aires.
Como es un lugar chico, la gente se conoce y la mayoría está al tanto de la vida del otro. De lo bueno y lo malo. En una ciudad así es probable que fulano haya estudiado con mengano hace 30 años y ahora sus hijos compartan banco en la escuela con sultanito, novio de la hija de mengano y primo lejano de fulano. Dicen que el mundo es un pañuelo…
En “190 formas de ser mercedino” (está en Facebook), el escritor mercedino Hernán Casciari nos describe de una manera divertidísima: “El mercedino cartógrafo: incapaz de dar una dirección diciendo la calle y el número. Si un forastero le pregunta dónde queda la Municipalidad, no responde calle 29 nº 555. Dice:'Agarre por ahí como yendo al Molino Cores, y dobla justo donde lo mataron a Liberanome; después le mete derecho como quien va al Capurro hasta que se encuentra una casa grande... Ahí es'”.
Mucha gente que conozco estudió y/o trabajó en Capital Federal y luego, cuando formó su familia, regresó a Mercedes para criar a sus hijos en una casa grande, al aire libre, sin tanto stress. En definitiva, buscaron lo que ellos vivieron cuando eran chicos. Otros eligieron no irse nunca.
Hoy hace dos semanas Mercedes fue noticia. En este caso no fue por la Fiesta del Salame ni porque coronaron a la Reina del Durazno. Un grupo de chicos mercedinos de entre 17 y 20 años mató a golpes, patadas y cintarazos a un chico de 26 años, oriundo de Olavarría, Buenos Aires. José Darío Duarte había entablado conversación con dos chicas mercedinas en el boliche Le Front (foto) y, cuando salió, el grupo de chicos lo abordó. Sin demasiadas palabras, comenzó a agredirlo. Literalmente lo reventaron a golpes y se fueron.
José quedó tirado en la calle hasta que una ambulancia lo vino a buscar. Peleó por su vida dos días hasta que colgó los guantes. Ahora descansa en su tierra, de donde había salido hace poco más de un mes para trabajar en Mercedes.
Dicen que hay detenidos. También hay manifestaciones y marchas en repudio al crimen. Trascendió que los chicos asesinos van a un colegio católico y, supuestamente vienen de “familias bien”, de casas donde se debería enseñar muchas cosas, menos lo que hicieron.
Esto no fue una novedad para mí. No presencié nunca muertes, pero a pesar de que le llevo 20 años a los chicos asesinos, también viví situaciones sumamente violentas a la salida de bares o boliches. Y no siempre de 10 contra 10. La desventaja era una constante. Y si no eras de ahí, mejor andar acompañado…
Mercedes es un lugar lindo y tranquilo para vivir. Sin embargo existe una violencia subcutánea que ahoga. Ayer y hoy, y ojalá que nunca más.
Hay que aprender a escarbar un poco -aunque no guste y aunque duela- para ver qué hay debajo de todo esto. Hay que preguntarse qué le enseñamos a los chicos no sólo en la escuela, sino en el primer hogar, entre esas cuatro paredes donde aprendemos a comer y a caminar. Donde nos dan el primer beso y abrazo y donde nos retan si nos portamos mal. Aprendamos a preguntarnos quiénes son nuestros viejos y qué fue de nuestros abuelos. Y, porqué no, si nuestros viejos o abuelos alguna vez vivieron una situación tan horrenda como la que ocurrió hace 15 días. Seamos autocríticos y críticos. Averiguemos si es necesario vivir así o de otra forma, una sin duda mejor. La punta de ovillo la tenemos ahí, ante nuestros ojos.
José Darío Duarte, que en paz descanses.